El movimiento político nacional se convulsiona y eso no deja de lado a Jalisco. No obstante, la narrativa local tiene matices peculiares, por decirlo de una forma.
Han pasado dos meses desde la llegada de Pablo Lemus a la gubernatura, pero antes de hablar de él, preguntemos que pasó con su antecesor.
Alfaro está, al momento, MIA (missing in action). Pareciera que el alfarismo se esfumó en los días que Lemus lleva en el poder. Las principales figuras del mismo están con su credencial en el cajón –si es que son parte de la administración estatal actual– o en el ostracismo. El ex gobernador, por su parte, está en su papel de alumno aplicado para convertirse en director técnico de algún equipo de fútbol.
Conste que dije papel.
Otro que está desaparecido es el espíritu de unión en Morena Jalisco. Curioso, tenían todo para ser una real fuerza opositora y de contrapeso en el Congreso y, diría el dicho, de ese chorro de voz sólo quedó un chisguetito.
Eso tiene distintas razones, la primordial, la negociación política del gobierno actual. Es notorio que Lemus –o su antecesor– lograron pactar en el centro condiciones de gobernabilidad que golpearon las intenciones de los radicales morenistas en el estado de tomar mejores posiciones de reflector y pelea.
A eso, hay que sumar el desmembramiento de tribus obradorista, cada una con una visión distinta para arrebatar el poder. Algunos, desde la torpeza, patean el pesebre mal aconsejados por sus amigos chilangos en la percepción que así, desde la osadía, ganarán preferencias en el futuro. Otros más, en el extremo, critican y cuestionan los andares del gobierno estatal sin percatarse no sólo de los acuerdos cupulares sino, también, que al hacerlo le pegan a decisiones similares tomadas por el gobierno de Claudia Sheinbaum.
–Ya no hablemos de las torpezas discursivas de diputadas locales, que disfrazaron de broma y sarcasmo su pobre insulto y falta de empatía con los agricultores jaliscienses. Uno más de los errores que la soberbia y frivolidad le hacen pasar a esos cuadros–.
Lemus ha vivido una luna de miel singular en los dos meses que lleva en el poder. Luego de la discordia de años de confrontación, la reconciliación con actores mediáticos ha funcionado.
Pero todo por servir se acaba y los motores están calentándose para los ataques que vendrán en semanas subsecuentes. No, no sólo de los sospechosos comunes sino de aliados de ocasión que ahora querrán bancar los favores ofrecidos.
Es el momento de tejer más fino de forma local. Es claro que el gobierno de Jalisco ha intentado evitar cualquier confrontación con la administración central –a veces, incluso, dejando escapar oportunidades claras de contraste ante errores políticos evidentes–, pero el amasiato no durará lo suficiente como para vencer las tentaciones de abollar el proyecto que hoy gobierna el Estado.
A todo esto, hay que agregar la fractura evidente de Movimiento Ciudadano. Máynez no hay logrado crear la cohesión urgente que el partido requería tras el retiro oficial de Dante Delgado. Sin ese pegamento, los riesgos a nivel nacional son evidentes.
En Jalisco, es obvio quién querrá recoger el tiradero.
Tan sólo deje su papel de estudiante aplicado de fútbol.