Los acontecimientos de las últimas horas nos dejan ver que la narrativa puede arrebatarse a partir de una mala coordinación, torpes decisiones de quienes detentan el poder.
Durante la semana pasada y con el puro interés de hablar hacia su base, la presidenta decidió alentar la idea que manifestaciones de mexicanos que habitan de manera legal en los Estados Unidos podrían ayudar a modificar una política económica de la administración Trump.
Fue el primer error de una serie de fallas utilizadas por la administración del republicano para exponenciar la idea que el enemigo número uno de Trump es el enemigo número uno de la población norteamericana: México.
Cierto: la convocatoria de Sheinbaum era bien intencionada y lógica. Los ciudadanos norteamericanos están en su derecho de exigir a sus legisladores de no cobrarles doble tributación, si la iniciativa de ley que proponen es para erradicar impuestos y terminan haciendo lo contrario a un grupo poblacional específico, es justo que se manifiesten contra la medida.
Pero ella y sus asesores no consideraron que el llamado era como prender fuego a un cerro con césped seco.
Peor aún, si ellos tenían ya el conocimiento de los disturbios y redadas en desarrollo en Paramount, es ilógico que continuaran con la línea de comunicación de confrontación con una política trumpista tan importante que llevó incluso al rompimiento entre Elon Musk y el empresario neoyorkino convertido en político.
Todo eso fue utilizado por el aparato de propaganda de Trump en detrimento de Sheinbaum.
Primero, las fotografías de manifestantes ondeando la bandera de México alrededor de patrullas incendiadas y autos quemados. Cierto, la presidenta rechazó dichas expresiones… que sus propagandistas –esos que aún continúan bajo el control de Jesús Ramírez– se encargaron de viralizar y vender como una muestra del orgullo mexicano ante las vejaciones de los policías de California y los miembros de la Guardia Nacional.
Luego, los segmentos en canales de ultra derecha de la televisión por cable en donde responsabilizaban al gobierno de México de una sospechosa colusión con el narcotráfico y el lavado de dinero a través de las remesas para, al final, terminar con la lastimosa acusación de la secretaria Noam en contra directamente de la presidenta.
Nada es coincidencia, es parte de un plan aceitado muy similar a los que vivimos todos los días en la comunicación política nacional.
Trump no tiene una mañanera per se, pero ha desarrollado una eficaz estrategia para saltar la pompa y circunstancia de las conferencias de prensa y hacer perrera su mensaje vía los periodistas… o algo así.
Ya sea en la Oficina Oval o en el patio trasero de la Casa Blanca antes de tomar su Black Hawk, el presidente norteamericano intercambia unas palabras con reporteros; por lo general escoge las preguntas de aquellos que le son afines o pertenecen a medios alternativos o digitales.
Tras de ello, responde en dos sentidos: construyendo alrededor de sus acciones o deflacta hacia sus asesores, secretarios o directores para que ellos hagan la crítica necesaria o la acusación letal.
No es algo que haya expropiado de México, sino que modifica el modelo del reality show en su parte final para transformarla en un eficiente modelo de comunicación política. Así como en ‘The Aprentice’, Donald Trump usa a sus asesores (como en el programa usaba a Carolyn Kepcher o a sus hijos) para acusar, señalar o presionar a quienes considera deberían sentir que caminan sobre terreno resbaladizo.
Noam jugó bien su papel y Sheinbaum lo entendió a la perfección. La presidenta no peleó con el mandatario gringo, sino que explicó su postura, condenó a los manifestantes violentos y hasta insinuó que eran provocadores, descalificando a quienes los levantaron al nivel de héroes.
Primera llamada de atención en el reality que Trump realiza, falta ver si a la próxima se tiene tanta suerte o, ahora sí, el poder y el país se hundirán por la impericia política actual.
Cierto, terreno muy resbaladizo.
