Experto en la comunicación mediática, Donald Trump entendió que el inicio de su gobierno tenía que tener amplias diferencias con la administración Biden, demócrata que comenzó a tambor batiente y que, conforme la realidad lo rebasaba, perdió ímpetu y fuerza.
Así, el ex habitante de la Quinta Avenida firmó en el primer día de su mandato una serie de decretos –órdenes ejecutivas les dicen ellos– para transfigurar el entorno norteamericano, desde declaratorias criminales hasta cambios de nombre en su plataforma continental.
Cierto, muchas de esas acciones no tienen un efecto significativo o pueden ser bloqueadas por jueces debido a su inconstitucionalidad, pero la efectividad de la acción no era tan importante como el impacto de lo discursivo.
Tan similar con la llamada Cuarta Transformación.
Tras de ello, la propaganda en gran escala. Cierto, las redadas y operativos contra migrantes ilegales comenzaron a crecer en distintas ciudades de la Unión Americana, comenzando por las llamadas Ciudades Santuario, las cuales –harta su población no sólo del crimen, sino también de la suciedad y la permisividad de las autoridades demócratas– dejaron hacer al gobierno republicano lo que quisiera. Tan sólo en Nueva York, la Secretaria de Seguridad Interior –enfundada en chamarra de piel, botas y gorra adecuada– agradeció al atribulado alcalde Adams su colaboración en los operativos.
Operativos espectaculares y propagandísticos. En muchos de ellos, los oficiales del ICE –acompañados de Guardia Civil, miembros de la DEA y de la ATF, incluso de policías metropolitanos- convocaban a las cámaras de televisión para que los acompañarán en la proeza de detener a 15, 20 personas. Algunos, sí, acusados de robo, violación u homicidios. Otros, con la desventaja de no tener visas. Todos, deportados.
Al estilo García Luna, la administración Trump le ha pedido a los medios –sobre todo los locales– que retraten el cumplimiento de la promesa de campaña sobre redadas masivas. Cierto, en esas acciones no se ven asiáticos, europeos o blancos, más bien predominan los latinos, específicamente mexicanos y centroamericanos.
El tufo de racismo es evidente.
Trump sabe que habrá un sector de la población que repruebe y condene su actuar, no es algo que le importe: en la propaganda, él está logrando ser más efectivo y veloz en cumplir lo prometido.
Cierto, no estará en ello bajar los precios de los artículos de primera necesidad como el huevo o el pollo, azotados por el incremento de valor debido a la gripe aviar, pero eso puede evadirlo responsabilizando a Biden de masacrar a millones de aves en su mandato.
Cualquier parecido con México no es mera coincidencia, los parámetros de discurso oficial en los tiempos de redes sociales son muy similares. De hecho, los mismos habilitadores del régimen actual señalan que Trump ha calcado del modelo mexicano la inclusión de medios alternativos en las conferencias de prensa de Casa Blanca.
La realidad es otra: Sean Spicer fue el primero que convocó a páginas como Axios y Breitbart a acudir a sus conferencias, ya fuera de manera presencial o por Skype, hoy ya desparecido.
La propaganda y las mentiras se manejan de la misma forma. Cambian los personajes pero no el objetivo: el control y convencimiento del electorado a cualquier costo.
Así sea la estabilidad en el mediano plazo.