Hablar del fenómeno de un programa de televisión no es ocioso, menos cuando refleja parte de lo que somos, por lo menos meditativamente hablando.
Televisa decidió experimentar dentro de su edición 2024 de su programa de realidad con una selección interesante: consagrados nombres del entretenimiento y el drama de la Legacy Media confrontados con nombres relevantes y exitosos de la New Media.
En pocas palabras, Televisa puso en sus pantallas a aquellas personas que han crecido sin necesidad de su empresa para -desde ella- intentar destruirla desde adentro.
Van perdiendo.
El escrutinio constante de la cámara termina por descolocar al Influencer que, pese a sus enormes tablas, carisma y propaganda, no puede soportar no solo al personaje editado de redes sociales, sino la utilización de su apuesta pública por otros factores -incluida la propia televisora- para convertirlos en los villanos de ocasión.
La nueva telenovela mexicana no necesita guión, sino personajes que se transformas en víctimas y victimarios a partir de la percepción social de sus acciones. Un show donde el costo escenográfico es menor, sin locaciones, enormes capacidades de comercialización y un público cautivo en todos los niveles sociales y todas las pantallas. Una novela donde, semana a semana, el público puede expulsar al villano que, al regreso del limbo experimental, termina por entender la pérdida de popularidad, patrocinadores y futuro ante lo incontrolable que es su ser ante el escrutinio constante de la audiencia.
El experimento sólo es exitoso a partir de la polarización, esa que se exponenció en los medios a partir de que Roger Ailes inventó el concepto de mayoría silenciosa posmoderna y lo traslado no solo al terreno de la televisión por cable, sino a la narrativa política.
Ahora, la sociedad ve a dos clanes que se han reunido no solo por azar sino por afinidades mediáticas y de trayectoria. Actores y talento que son atacados por los nuevos chicos de la cuadra que, desde la soberbia numérica de likes y seguidores, creen ganar el juego y la preferencia sin importar acciones. Todo, sin considerar a la masa que no tiene redes sociales o que aun sueña con las estrellas del canal que transmite el programa.
Buenos y malos a partir de nuestra propia perspectiva vital.
Entiendo que esto parece frívolo, pero intenten por un instante trasladar ese éxito y la fórmula para ello a la política nacional. Así entenderán que haya un fandom -por decirlo de alguna manera- de los políticos más falsos y corruptos, de los más ineficaces y chapuceros, de los menos talentosos y honestos.
No solo es por su carisma y habilidad en el habla y la manipulación, también por su historia y la propia del votante que, pese a todo, se niega a aceptar el fracaso de ese que, además, insiste en el triunfo de sus acciones como acto propagandístico que se estrella contra la realidad.
Lo increíble es que, tristemente, el televidente identifica con mayor facilidad la mentira cuando sale en televisión que cuando la vive en sus calles.
La nueva telenovela nos enseña que el entretenimiento termina por ser el mejor factor de distracción nacional, tanto que el país se cae a pedazos mientras todos están pendientes de quién será el expulsado el próximo domingo.
Domingo de final infeliz... para el país.