Política

Francisco y Bergoglio

Jorge Bergoglio era incómodo para los políticos argentinos. No sólo pro su sencillez o su carisma -que lo tenía-, sino por la forma en que, con sencillez, conectaba con una capa social que era codiciada por generales y burócratas, esos mismos que jugaban al bienestar social pero que, en realidad, pugnaban por el beneficio de la cúpula.

Bergoglio era molesto para los curas latinos, tan acostumbrados a convivir con el poder y verlo desde sillones mullidos rellenos de dinero e indiferencia a los errores de la Iglesia, errores que iban desde el desdén a las denuncias de pederastia y corrupción hasta complicidad con la avaricia del empresariado, tan pegado a la curia como a su dinero.

El cardenal argentino era despreciado por los medios, que lo buscaban para hablar siempre que les sirviera a sus intereses discursivos y políticos de momento.

Pero llegó Francisco y todos -o casi todos- lo querían, pocos tenían los tamaños para señalar sus inconsistencias o traslapes, sus enemigos olvidaron las diferencias y llenaron de halagos al Papa que, durante una docena de años y una treintena de días más, intentó reformar una institución llena de óxido e intereses.

Argentino hasta en sus pasiones, Francisco no era un papa que se dejara siquiera de las pequeñas muestras de exceso que, en público, pudieran tener feligreses. El recuerdo de Morelia o la mujer asiática siendo regañada por el Santo Padre son parte de su anecdotario que, aún hoy, continúan en la comunicación cotidiana.

A su muerte, se exponenciaron las muestras de admiración de la comunidad internacional hacia el Papa, dejaron atrás los cuestionamientos de ambos lados: los conservadores que rechazaban los intentos por revolucionar la Iglesia Católica y los progresistas que veían dichas cavilaciones como insuficientes ante las urgencias -múltiples- que había en la sociedad sobre la protección de minorías, muchas de ellas despreciadas por la religión y la burocracia desde siglos atrás.

Ahora, con una configuración distinta y distante a lo que encontró a su llegada, Francisco deja un campo de batalla peculiar para el cónclave que comenzará en días. Las casas de apuestas han comenzado sus discusiones sobre quiénes son los favoritos y la forma en la cual los cardenales tomarán su decisión.

Pero no hay consenso ni siquiera en quiénes pueden entrar o cuáles deben quedarse fuera, partiendo del caso del cardenal acusado de corrupción y castigado por Bergoglio que, a su muerte, pide le restituyan sus derechos para participar en la reunión.

A esto, hay que agregar la enorme influencia global de los cambios de señales en la ideología imperante. Los azotes conservadores en el mundo parecen clamar por un Vaticano menos revolucionado y más en un terreno medio, donde logren conciliar con las necesidades políticas, ayuden a entender las tensiones nuevas que existen en el mundo y alejen a los poderes económicos de la ambición por adueñarse del discurso religioso en un momento tan delicado.

Francisco fue un papa diferente, pero dejó una iglesia dividida, tanto como las opiniones que hay sobre él en el mundo.

Aunque se le aplauda en la plaza pública.


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Gonzalo Oliveros
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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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