Política

El nuevo México

Loretta Ortiz está extasiada. Miles de jóvenes universitarios -convocados partir de una petición emanada desde la oficina de la presidenta electa- la rodean a las afueras de las oficinas de la Suprema Corte, esa que se encuentra cerrada a partir de la decisión mayoritaria de los ministros. Mayoritaria pero sin el apoyo de Ortiz que, a todo pulmón, grita:

‘Orgullosamente, soy fundadora de Morena’.

A ninguno de los presentes les salta que una ministra desnude su preferencia política. Obvio, los presentes saben que no están en una manifestación a favor de la reforma al poder judicial, en realidad están en un mitin del partido político dominante.

Entre las múltiples aberraciones que tiene la reforma constitucional que aprobaron los diputados esta semana entre el olor a sudor y taco al pastor -cortesía de Cuauhtémoc Blanco- la más preocupante se encuentra en los métodos de selección de candidatos los distintos niveles de jueces y magistrados.

No solo por la violación a los derechos laborales de los trabajadores del poder judicial, sino por la trampa que emana de las ternas.

Según la propuesta del presidente -personaje lleno de ocurrencias y vacío de resultados-, las ternas para elegir ministros y demás puestos provendrán de tres listas principales. La primera, propuesta por el poder ejecutivo -es decir, Claudia Sheinbaum que, ingenuamente, advertía que la reforma le quitaría la posibilidad de nombrar tres nuevos ministros-; la segunda del poder legislativo (es decir, del partido político de la presidenta) y la última terna provendría del poder judicial, cuya conformación sería a partir de las sugerencias de los dos primeros.

Es decir, justicia ideologizada desde el origen.

Ya la elección y las planillas y la tómbola es lo de menos -pese a su gravedad-. El meollo está en la manera en que el presidente engaña con el populismo empujado desde la propaganda para poder llevar el objetivo final.

Hoy, parece insalvable el trámite. Los senadores de oposición insisten que no cambiarán su voto el día de la discusión en general, pero la política mexicana entró ya en un proceso de grave perversidad y presión. Las prácticas más sucias del priismo de los setenta han regresado para lograr los objetivos que políticos expriistas de los setenta quieren implementar.

En ese nuevo México, vale la pena rescatar algo. La manifestación política del jueves enfrente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación fue organizada como respuesta a las movilizaciones de trabajadores y estudiantes en todo el país en oposición a la reforma.

Sí, detestan que la gente les lleve la contraria. Sí, alegarán que son corruptos y blancos -así lo hicieron-. Sí, dirán que tienen el mandato de las urnas y se entercarán con el mismo, pero no pues negar que esas voces comienzan ya a hacer el ruido que no habían tenido en años.

Las protestas por la marea rosa eran técnicas y del tema electoral, árido y lejano para un sector de la población amplio. En este caso, es cierto que todos hemos sido tocado por lo ineficiente del poder judicial, pero hay algo en la protesta de trabajadores que la hace peligrosa y audible: la gran mayoría tiene un miedo auténtico por su trabajo y la posibilidad de ascender en él. Eso causa empatía para continuar.

Y en ese otro México el dialogo es necesario para progresar.

Progresar.


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Gonzalo Oliveros
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