Maestro del uso mediático, Donald Trump movió tiempos y discurso durante el fin de semana.
El viernes, luego de amenazar con imponer tarifas a los gobiernos de Canadá y México, allegados a la Casa Blanca filtraron a Reuters la posibilidad de que dichos aranceles se pospusieran hasta el primer día de marzo.
Trump, ágil para corregir la narrativa, decidió negar el dicho e insistir en lo que terminó por realizar la tarde del sábado: presionar a los gobiernos de sus vecinos para bailar a su son.
La sevicia fue brutal, tal y como la describe en el libro que no escribió pero firma como suyo ‘The Art of the Deal’: presionar, chantajear, imponer condiciones en la mesa para ganar.
Ganar aunque se pierda.
Esa última parte la entendió el gobierno mexicano de gran forma.
Luego de la acusación frontal de Casa Blanca sobre la ‘alianza intolerable’ del Gobierno de México con los cárteles de la droga, Palacio Nacional comenzó con un control de crisis distinto al planteado. Cierto, la estrategia venía desde la usada por Peña Nieto de tasar productos que fueran originarios de condados muy republicanos hasta el uso de la propaganda oficial para las típicas campañas de ‘No tomes Coca-Cola ni compres en Walmart’.
(A propósito, esta sería la parte más torpe de la estrategia si no hubiera crecido la imbecilidad de sugerir –por parte de simpatizantes del obradorato– que se le pusiera un arancel ¡A la exportación del aguacate! De ese tamaño la poca inteligencia).
Todo se trastocó con la acusación de complicidad con el Crimen Organizado. El discurso mexicano ha intentado desviar la atención o responsabilizar a Calderón de dicho señalamiento, pero falla en la lógica y temporalidad: el sexenio de 2006-2012 es responsabilizado por el trasiego de cocaína, no de la crisis de fentanilo actual. El gobierno de los Estados Unidos entiende y justifica sus acciones con la omisión de los últimos años al combate a los carteles que, si bien traficaban con metanfetaminas y coca desde Colombia, trasladaron sus esfuerzo en el último sexenio al fentanilo, mucho de la mano con narcos chinos y, cierto, mafias norteamericanas.
Si el problema fue de Calderón, el error de la diplomacia y la justicia por cambiar la percepción gringa de la responsabilidad gubernamental pesa tanto como la complicidad, aunque ahora quieran evadirlo.
Al final, Trump obtuvo todo lo que quiso sin mucha pérdida: los mercados le mostraron hasta donde podía caer la economía, los gobiernos de México y Canadá otorgaron –pública y secretamente– todo lo que él quería para presumir en sus acciones de los primeros días y tiene la posibilidad de usar el chantaje para presionar y terminar cualquier tratado comercial dentro de la construcción de su nuevo orden mundial, el orden de Trump.
México ha intentado seguir la misma tónica propagandista y vender la negociación como un triunfo de Claudia Sheinbaum, como si la cabeza fría la hubiera llevado a ser triunfadora en un terreno desigual.
Pero, si estaban tan seguros del triunfo, ¿Por qué sugirieron desde el sábado ataques a intereses norteamericanos, burlas a Trump, cantar el himno nacional –de hecho, lo hicieron en la cámara de diputados–, desplegados de apoyo de TODOS los gobernadores (la falta de crítica preocupa) y hasta desplegados de soporte de empresarios personajes como el Dr. Simi?
A veces la realidad desnuda a la propaganda.