Tras un año de vivir con miedo, encerrados en sus casas y alejados de sus hijos y nietos, miles de adultos mayores hoy viven con la ilusión de volver a tener una vida lo más acercada a la normalidad. Abuelitos vestidos con su mejor ropa, mujeres adultas mayores que volvieron a sombrear sus chapitas y a perfumarse como solían hacerlo para salir a dar la vuelta o para ir a misa. Así se ha vivido en cada uno de los municipios mexiquenses dónde ha llegado la vacuna -la cual, por cierto ya cubrió a todos los adultos mayores en su primera dosis y en algunos la segunda también- que sin importar el laboratorio al que pertenezca el biológico tiene algo en común: es una vacuna de esperanza.
Y no solo es un gusto ver esas caritas emocionadas, algunas un poco nerviosas, que hacen fila entusiasmadas. También da mucho gusto ver el cariño, la paciencia y excelente atención de cada uno de los voluntarios, que responden a las mismas preguntas mil veces, que aplican con delicadeza la inoculación, que animan y hasta bailan con los distinguidos pacientes de cabellera de plata. Y al finalizar los minutos reglamentarios en la sala de observación, los “más felices que nunca” recién vacunados, caminan lento pero con gusto rumbo a la salida dónde ya los esperan con impaciencia sus familiares, como quien espera la llegada de un atleta en la meta. Y lo reciben con un abrazo o con un aplauso con la satisfacción de la misión cumplida.
Si bien todos estamos en riesgo de enfermar y morir a causa del Covid 19, es bien sabido que los adultos mayores tienen mayor probabilidad de enfermar de gravedad si se infectan. Es por ello que a todos nos debería dar tranquilidad el saber que nuestros padres, tíos y abuelos están siendo inmunizados. Su tranquilidad, su felicidad y esperanza deberían ser las nuestras también. Los que reclaman porque no les ha tocado, los que tratan de adelantarse a su turno con engaños, seguramente no han visto esos ojos sonrientes detrás del cubrebocas, las caritas de esperanza por los años que aún les quedan por vivir.
Mientras llega mi turno a ser vacunada, disfruto de ver la forma entusiasta en la cual nuestros adorados adultos mayores están recibiendo la suya. Por lo que sólo me resta pedir que nadie les borre las arrugas de la frente, muestra del gran asombro que han experimentado a lo largo de sus vidas. Que nadie les critique las arrugas de su boca, conseguidas por tantas risas y tantos besos dados tras tantos años de vida. Y que nadie les arrebate su derecho a recibir la vacuna que nos permitirá tenernos junto a nosotros un poco más seguros y protegidos. O a ti ¿Qué te dice el espejo?
Gina Serrano