A la famosa Mesa de Novedades de Gil Gamés llegaron libros magníficos, una parte de las novedades editoriales del año de la pandemia que apareció en Página indómita, afincada en Barcelona. Gilga ha encontrado maravillas en esta propuesta editorial. Entre estos libros encontró uno que le llamó poderosamente la atención (ya quedamos en que si es una “atención” que valga la pena tiene que atraer “poderosamente”): Responsabilidad personal y colectiva (2020) de Hanna Arendt (1906-1975), una de las figuras más relevantes de la teoría política del siglo XX. Ella ha pasado por esta página del fondo y frondo en relatos ardientes con Martin Heidegger. Gil presenta algunas tabletas de los dos ensayos contenidos en este volumen que, dicen los editores, adquieren una renovada vigencia a la luz del retorno de la tentación autoritaria. Vamos.
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En cualquier dictadura, no digamos ya en una dictadura totalitaria, incluso el número relativamente pequeño de quienes toman las decisiones, esas personas que podemos hallar en un gobierno normal, se reduce a Uno, mientras que todas la instituciones que controlan o ratifican las decisiones ejecutivas quedan abolidas.
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Conocemos además las dictaduras modernas, esas formas de gobierno en las que o bien los militares se hacen del poder, suprimen el gobierno civil y privan a los ciudadanos de sus derechos políticos y sus libertades, o bien un partido se apodera del aparato del Estado a expensas de todos los demás partidos y, por ende, de toda oposición política organizada. En ambos casos pone fin a la libertad política (…)
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Cierto es que tales regímenes suelen oprimir a los oponentes políticos con gran crueldad y distan mucho de ser formas constitucionales de gobierno en el sentido que solemos entenderlas. Si no se garantizan los derechos de la oposición, no es posible hablar de gobierno constitucional (…)
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Jamás llegaremos al fondo moral de este asunto (el exterminio judío) calificando lo sucedido de “genocidio” o contando los muchos millones de víctimas pues el exterminio de pueblos enteros ya había tenido lugar en la Antigüedad, así como en la colonización moderna. Sólo llegaremos al fondo del asunto si tomamos conciencia que esto ocurrió en el marco de un orden legal y de que el pilar de “esta nueva ley” consistía en el mandamiento “Matarás”, no a tu enemigo, sino a personas inocentes que no eran peligrosas no siquiera potencialmente, y no por alguna razón de necesidad sino, por el contrario, incluso en contra de toda consideración militar y de cualquier otra consideración utilitarista.
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La culpa, a diferencia de la responsabilidad, siempre singulariza: es estrictamente personal. Se refiere a un acto no a intenciones o potencialidades. Sólo en un sentido metafórico podemos decir que nos sentimos culpables por los pecados de nuestros padres, de nuestro pueblo, o de la humanidad; en definitiva, por actos que no hemos cometido, si bien el curso de los acontecimientos puede hacernos pagar por dichos actos.
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Todo es muy raro, caracho como diría Albert Camus: “La tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las faltas de los demócratas”.
Homenaje en Palacio Nacional
¡Paren las prensas!: murió El Tata Arvizu y el Presidente le dio espacio en la mañanera para rendirle un sentido homenaje. El Tata fue la voz inmortal de Benito Bodoque y Pedro Picapiedra. Un poco raro que el Presidente, los militares y los periodistas vieran un fragmento de un episodio de Don Gato y su pandilla. “Oiga don Gato, que gran idea ésa de acabar con los institutos autónomos y absorberlos a las secretarías de estado”. “Benito”, responde don Gato, “tu sí entiendes, pero vámonos porque se acerca Matute, temible neoliberal. ¡A los botes de la basura, corramos!
Como todas las semanas, Gil toma la copa a solas confinado en casa. Mientras se servía un Glenffidich 15 y ponía un chorro del líquido ambarino en su vaso corto puso a circular una frase solitaria por el mantel tan blanco: “¡Quiero mi cocol!”.
Gil s’en va
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