Política

La tentación del fracaso

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Gil terminaba la semana con un libro entre las manos: La tentación del fracaso del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro (1929-1994). Seix Barral republicó en el año 2021 y en un solo volumen el Diario personal (1950-1978) de Ribeyro, ahora con un prólogo de Enrique Vila-Matas. Desde hace años, Gil lee a Ribeyro y reconoce en él a uno de los grandes escritores latinoamericanos del siglo XX. Gamés no exagera. El volumen que reúne sus cuentos La palabra del mundo así lo demuestra, sus novelas Geniecillos dominicales (1965), Cambio de guardia (1976) y sus ensayos personales exhiben a un prosista de vuelos altos y, al mismo tiempo, al ras de la vida cotidiana. Gilga pone a su disposición y sin costo alguno algunos pasajes de este diario:

Berlín,20 de marzo de 1958.

Ayer por la noche mi estado de depresión nerviosa alcanzó el paroxismo. Efecto tardío de las cuatro tazas de café bebidas en el almuerzo. A las diez de la noche sentí algo así como la proximidad de la locura. Nadie con quien conversar. Vertiginosa salida hacia los bares. Reflexiones sobre la soledad. ¿Qué hacía yo caminando por las calles de Berlín?

***

Berlín, 29 de mayo.

Inútiles esfuerzos por continuar mi novela, por escribir algo conmovedor y bello. Estoy anclado en la mitad de este domingo, como una barca en un banco de arena, dejándose mecer por el oleaje de las olas. El sol cae a plomo. Siento como pasa el tiempo por cada una de mis células y va dejando en ellas un eco, una vibración. Deseo cerrar los ojos y dormir profundamente. Despertar luego con la barba crecida, en un remoto país, en la estación de los frutos.

***

Lima, agosto de 1971.

Macera, con quien cruzo apenas unas palabras en una fiesta: “es en la mediana edad cuando adquirimos el rostro de nuestros ancestros. Al comienzo y al fin de nuestra vida sólo tenemos el rostro de la especie. Por eso todos los niños y todos los viejos se parecen”.

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París, abril de 1972.

Nuestra vida no es más que la evolución en torno a unos cuantos objetos.

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Lima, 11 de julio de 1972.

Ahora, al releer fragmentos de historias o relatos jamás concluidos, inconcluibles además porque se ha roto la atmósfera espiritual en la cual fueron comenzados, descubro en mí cualidades de narrador que no me eran entonces perceptibles y que prácticamente es imposible ahora reflotar. Todo un mundo se ha ido a pique durante estos años de silencio y abandono. Nada podrá ser como antes. Para recuperar aquello tendría que aislarme durante meses en algún lugar apartado y esperar que mi cuerpo y mi espíritu pierdan todo el hollín acumulado en años de trabajo rutinario. Pero ello no será posible. Debo tener el coraje de considerarme como un autor clausurado.

***

¡Cómo hacer, Dios mío, para quererme un poco más y no seguir empleando toda mi vehemencia y mi talento en destruirme!

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París, 25 de abril de 1973.

El inconveniente de las casas de estetas es que no se sabe dónde terminan los objetos de arte y dónde comienzan las cosas. Anoche en casa de Jorge Eduardo Eielson me vi a cada momento en la imposibilidad de diferenciar un cenicero de una escultura o de servirme vino en un búcaro florentino sólo destinado a la contemplación.

***

París, febrero de 1976.

Salgo ahora a comprar mi cotidiana botella de buen Burdeos y veo sentados en una banca de la Place Fálguiere a un par de clochards que deben tener ya, en este atardecer buenos litros de ordinario tinto en el estómago y que aún continúan libando a pico de una botella que se ofrecen uno al otro ceremoniosamente. Y me digo que yo soy igual que ellos, su hermano, pero solamente emboscado en un cargo, una situación, una apariencia de respetabilidad. Ellos han tenido el coraje de hacer de su vida lo que querían, tirando todo por la borda, adiós documentos, trabajo, domicilio, familia, país, responsabilidad, mientras que yo me he dejado seducir por las formas y he aceptado la existencia de las instituciones. ¿Serán ellos los únicos hombres libres que quedan sobre la tierra?

***

Como todos los viernes de pandemia, Gil se reúne con un grupo de vacunados verdaderos (va-ve). Mientras un mesero con cubrebocas se acerca con una charola que soporta el Glenfiddich 15, Gil pone a circular una frase de Ribeyro por el mantel tan blanco: “Cuando recobró la razón me vuelvo loco”. 

Gil s’en va

Gil Gamés

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  • Entre su obra destacan Me perderé contigo, Esta vez para siempre, Llamadas nocturnas, Paraísos duros de roer, Nos acompañan los muertos, El corazón es un gitano y El cerebro de mi hermano. Escribe bajo el pseudónomo de Gil Gamés de lunes a viernes su columna "Uno hasta el fondo" y todos los viernes su columna "Prácticas indecibles"
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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