Gil estaba repantigado en el mullido sillón cuando con vista de águila encontró en sus libreros dos poderosos tomos de la poesía de Robert Lowell (1917-1977), grandísimo poeta estadunidense, publicados en español por Vaso Roto. Del tomo-2, Poesía 1967-1977, Gil trae algunos versos. En plenitud de facultades poéticas, Lowell padeció un trastorno maniaco depresivo. Gil lanza a esta pagina del fondo algunos fragmentos de su poesía.
Atila, Hitler
Hitler tenía el recelo en la punta de los dedos, / «¿Quién sabe cuánto viviré? Hagamos la guerra. / Nosotros somos los bárbaros, el mundo se acerca a su fin» / Atila a lomos de carne cruda y prados / galopó a la masacre con su único traje de ratón de campo, / sin dejar casa en pie que no estuviera ardiendo, / sólo podía dormir a lomos de su caballo, se hundía a gusto / en su sueño rural. Se hubiera reconocido / en este aún más basto, más cruel, menos magnánimo, / más sistemático, más filosófico… / un nómada de andar por casa: el que tiene, tiene; / ¿Un bárbaro que se pregunta por qué se hundió el viejo mundo, / que dejó también su enconada humareda de basura, / latas viejas, alimañas muertas, cenizas, cáscaras, juventud?
Milton y la separación
Perder una esposa no era nada para el frío y cristiano Homero, / ciego, que parafrasea del latín y pronuncia / divorcio y matrimonio con duras y sarcásticas erres. / A lo largo de la nula tensión de la separación, descubrió / que la vida solo le preocupaba en los apuros. La huida/ de ella puso un codo de verdad en su Eva de mármol; / ella cubría una sed de vacío: / cuando golpeó, él soltó el anzuelo de su ardiente carne, / libre para servir aquello que más lo seducía, sus escritos, / la obsesión supina con la que nos pagará la posteridad / el gran día en que los párpados de la vida se abran, / y los ojos ciegos tiemblen con el viento de los cielos / y los jilgueros refuljan en la yesca de las zarzas: / para hacer arder los bosques y calentar el glaciar.
Alunizajes
La luna en el televisor nunca se equivoca / y comparte el miedo del obrero a la inmigración, / una extraña diosa blanca aprisionada en su ceniza / una sepultada etrusca sonriente, aunque inmortal. / Hemos cronometrado a la luna; va de mes en mes / chupándonos la sangre, comprando cada vez menos; / el chasis orbita alrededor de la tierra, / la risa de una ola de calor, los espasmos de acero inoxidable, un juerguista con corazón de tiza, un innombrable / vacío y objeto frío del universo, / la pastilla del lunático con nocivos efectos secundarios, / un cuerpo cuya esencia es su exceso de equipaje, / comprimida como una oruga china seca… / nuestra alucinadora, la desencantadora.
México
Las dificultades, las imposibilidades… / yo, cincuenta años, humillados por la dorada basura de los años, / laureles muertos entrecanan mi espalda… como espinas de heno; / tú con tu dulce, incierta edad, pongamos veintisiete, / aún no tentada, aún no marcada por honores o engaños. / ¿Qué ayuda entonces? No el sol, la flor escarlata, / y la fiebre alta de este séptimo día, / la predestinada diarrea del peregrino, / las múltiples picaduras de mosquito, redondas como pesos / no busques a Dios aquí, ni siquiera a los dioses; / los Aztecas sabían que el sol, origen de la vida, / morirá también si no lo alimentamos ocn sangre humana: / los dos somos relojes y sólo contamos el tiempo … / la mano es un cuchillo en la garganta del futuro.
Como todos los viernes, Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras el mesero trae la charola que sostiene el Grey Goose, Gamés pondrá a circular las frases de José Hierro por el mantel tan blanco: “La poesía se escribe cuando ella quiere”.
Gil s’en va