"Si una persona de cierto ambiente asegura ser víctima de un maltrato universal, lo más probable es que la causa esté en ella misma”, escribió el autor británico, quien cumple hoy 54 años de fallecido, en su libro La conquista de la felicidad...
Gil cerraba la semana deshilachado, desgualdramillado (ado-ado). Pero el azar juega sus cartas. Así encontró perdido en un librero La conquista de la felicidad del grandísimo Bertrand Russell. Y abrió el libro como si fuera la primera vez y encontró subrayados, algunos de los cuales arroja a esta página del fondo.
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No existe nada tan perjudicial, no solo para la felicidad sino para la eficiencia, como una personalidad dividida y enfrentada a sí misma. El tiempo dedicado a crear armonía entre las diferentes partes de la personalidad es tiempo bien empleado.
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Si una persona de cierto ambiente asegura ser víctima de un maltrato universal, lo más probable es que la causa esté en ella misma, y que o bien se imagina afrentas que en realidad no ha sufrido, o bien se comporta inconscientemente de tal manera que provoca una irritación incontrolable.
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Si a todos se nos concediera el poder mágico de leer los pensamientos ajenos, supongo que el primer efecto sería la ruptura de casi todas las amistades; sin embargo, el segundo efecto sería excelente, porque un mundo sin amigos nos resultaría insoportable y tendríamos que aprender a apreciar a los demás sin necesidad de ocultar tras un velo de ilusión que nadie considera a nadie absolutamente perfecto.
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La ambición que no incluye el afecto en sus planes suele ser consecuencia de algún tipo de resentimiento u odio a la raza humana, provocado por una infancia desgraciada, por injusticias sufridas posteriormente o por cualquiera de las causas que conducen a la manía persecutoria.
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Entre todas las formas de cautela, la cautela en el amor es, posiblemente, la más letal para la auténtica felicidad.
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La capacidad de saber emplear inteligentemente el tiempo libre es el último producto de la civilización, y por el momento hay muy pocas personas que hayan alcanzado este nivel.
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El trabajo es deseable ante todo y sobre todo como preventivo del aburrimiento.
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Podemos distinguir la construcción de la destrucción por el siguiente criterio: en la construcción, el estado inicial de las cosas es relativamente caótico, pero el resultado encarna un propósito; en la destrucción ocurre al revés: el estado inicial de las cosas encarna un propósito y el resultado es caótico; es decir, lo único que se proponía el destructor era crear un estado de cosas que no encarne un determinado propósito.
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Actúan motivados por el odio, generalmente sin que ellos mismos lo sepan; su verdadero objetivo es la destrucción de lo que odian, y se muestran relativamente indiferentes a la cuestión de lo que vendrá luego.
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En esos momentos en que, a pesar de la angustia, no se puede hacer nada de inmediato, algunos juegan al ajedrez, otros leen novelas policiacas, otros se dedican a la astronomía popular y otros se consuelan leyendo acerca de las excavaciones en Ur, Caldea. Todos ellos hacen bien; en cambio, el que no hace nada para distraer la mente y permite que sus preocupaciones adquieran absoluto dominio sobre él, se porta como un insensato y pierde capacidad para afrontar sus problemas cuando llegue el momento de actuar.
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La emoción es muchas veces un obstáculo para la eficiencia.
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Hay personas que son incapaces de sobrellevar con paciencia los pequeños contratiempos que constituyen, si se lo permitimos, una parte muy grande de la vida. Se enfurecen cuando pierden un tren.
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La preocupación, la impaciencia y la irritación son emociones que no sirven para nada.
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Al que solo se ama a sí mismo no se le puede acusar de promiscuidad en sus afectos; pero al final está condenado a sufrir un aburrimiento insoportable por la invariable monotonía del objeto de su devoción.
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Mejor es no hacer nada que hacer daño. El tiempo dedicado a aprender a apreciar los hechos no es tiempo perdido, y el trabajo que se haga después tendrá menos probabilidades de resultar perjudicial que el trabajo que hacen los que necesitan inflar constantemente su ego para estimular su energía.
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Como todos los viernes, Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras el mesero se acerca con la charola que sostiene el Glenfiddich 15, Gamés pondrá a circular esta frase de Bertrand Russell: “Si el demonio estuviera enfermo, sería un santo”.