Una razón por la que la gente se entrega a la desesperanza buscando el éxito, es porque tienen un concepto equivocado
del mismo.
Visualizarlo como un destino a futuro es una equivocación: el éxito es una forma de vida que implica hacer lo que amamos y nos gusta, y dar lo mejor para la gente querida.
Gran parte del significado es personal y subjetivo, pero existen valores universales asociados con la salud, la economía, el amor, y la espiritualidad.
La pasividad lleva en una mano al fracaso y en la otra a la desesperanza.
No hay visión más errónea sobre el éxito que esperar a que un suceso mágico nos cambie la vida: hay gente que aguarda “una señal” que le indique su momento cumbre para atreverse a hacer algo.
Oran, piden y decretan, pero permanecen por horas frente al televisor. Confunden la seguridad con la felicidad.
La vida es demasiado corta y maravillosa para desperdiciar 40 años “trabajando para el éxito en algo que no nos gusta” asociado a una pensión jubilatoria. Y morirse a los 55 de tensiones y angustia.
La gente suele llamar “fracaso” a los intentos infructuosos por alcanzar sus metas, pero pocas veces analiza si se está repitiendo la misma estrategia fallida y, por ende, la misma ausencia de resultados.
La imagen del éxito suele visualizarse como una vida estable, sin altibajos de ninguna especie, y con un flujo de felicidad continua.
Ese estado utópico nada tiene que ver con la vida real, ni con
el éxito. Lo único plano, continuo y estable está en el cementerio: estar vivo significa subir y bajar, tropezarse, secarse las lágrimas y volver a empezar, sentirse por momentos miserable, pero fortalecer la fe y la propia credibilidad.
Nada en la naturaleza se deprime cuando el día muere y el sol se mete; la noche tiene su propia magia y la esperanza del día siguiente se renueva con cada amanecer.
Por lo tanto, darse una segunda oportunidad, es parecerse a Dios. Todo el universo concluye, sucumbe y renace. Si a los sistemas solares se les concede colapsarse en su propio centro, estallar y destruirse por completo, para volver a empezar, ¿por qué nos regateamos segundas oportunidades?
Un buen paso para el éxito sería dejar de regañarte.