hay personas llamadas “Resilientes”, que proceden de ambientes terribles; nacieron en una familia sumamente perturbada y con comportamientos disfuncionales. Crecieron en un ambiente sórdido y lleno de problemas verdaderamente graves. En ocasiones se trata de padres y hermanos llenos de vicios, con conductas delictivas.
En suma, un entorno que no posee nada rescatable y, sin embargo, este tipo de personas, los resilientes, inexplicablemente mantienen un desarrollo casi intachable; no se dejaron llevar nunca por los vicios, ni normalizaron las conductas perturbadas de los otros en sus propias vidas.
No tuvieron una guía especial por parte de nadie y, sin embargo, se mantuvieron ajenos al desorden y al caos. Fueron su propia guía. Con un alto sentido de iniciativa; sin que nadie los presione o empuje, sino que de ellos sale hacer lo correcto y lo necesario.
La resilencia es una capacidad natural en no muchas personas. El concepto fue tomado de las ciencias físicas: se refiere a la capacidad de algunos materiales, de retornar a su estructura inicial, después de que una fuerza los deforma. Procede etimológicamente del latín “resilio” -volver atrás, retornar de un salto, rebotar-.
Y en psicología, este concepto se usa para identificar una particularidad en ciertas habilidad emocionales y de la actitud, que pocos individuos muestran para oponerse a su entorno. Una capacidad que en el común de la gente no se manifiesta.
El común de los seres humanos reaccionamos al entorno como fuente moduladora de la conducta. Nuestra genética y circunstancias de crianza, determinan la conducta y los alcances de la misma. Herencia y medio ambiente conforman el temperamento y el carácter respectivamente.
Pero hay un tercer elemento; el potencial interno, manifestado por la actitud y correlativo al libre albedrío. Esa fuerza interna ocupa el tercer lugar en las decisiones del humano promedio. La mayoría somos personas reactivas al ambiente y al programa educativo de nuestra infancia, buena o mala.
La resiliencia puede desarrollarse si nos damos permiso de actuar menos por impulso y comenzar a preguntarnos antes de responder: ¿yo qué quiero?, ¿qué elijo? _