Entre el santo oculto y el héroe público se encuentra el sabio discreto, aquel que conoce por la necesidad de conocer. Es quien cree todavía en algo que la modernidad y su secuela han vuelto un desprecio histórico, una verdad desplazada, una ignorancia común: el ser solo se realiza en la comprensión. Hoy, que casi nadie se ocupa de ello, unos cuantos siguen empeñados en dicha tarea, la misma de Sócrates justo antes de morir: aprender a tocar la flauta. ¿Para qué? Solo por hacerlo y así enriquecer, realizar a la persona, darle sentido a su estar en el mundo, a su condición de existir.
Alberto Vital, uno de los mejores prosistas actuales en lengua española, otro sabio prudente, ha escrito un luminoso ensayo de literatura comparada aún inédito pero que deberá llegar a la red: ¿Por qué existe el mal? Dostoievski, Tolstoi, Chejov. Haciendo una pregunta ontológica (la naturaleza del ser en cuanto ser) equivalente a la perplejidad occidental primaria que dio origen a la filosofía: ¿por qué existe algo y no más bien nada?, Vital interroga la obra de tres autores rusos del siglo XIX, proponiéndose lo que llama un imposible: “rastrear los motivos fundadores de todas las violencias que llegan a nuestros días”.
Prescindiendo de saberes biológicos, arqueológicos o antropológicos para indagar sobre los orígenes del mal como proclividad y quizá hasta naturaleza humana, el autorobserva que las experiencias iniciales de las sociedades recomienzan una y otra vez, “como el mar en el verso del poeta”. Por ello emplea textos de creación de autores imprescindibles cuyos principios y finales asume como génesis y catástrofes. A la literatura nada humano le es ajeno y en ella están todos los tiempos vivenciales de san Agustín: el presente del pasado, el presente del presente y el presente del futuro.
El resultado de todo esto en la próxima columna se verá.