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Viernes tres

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Un paso más hacia las calamidades. En la feroz urgencia de la hora, como dijo Martin Luther King desde una época histórica bastante menos crucial que ésta, la reunión mundial para enfrentar el desastre ambiental fue un fracaso. La COP25 (Conferencia de las Partes) recién realizada en Madrid dentro de la convención de la ONU sobre el cambio climático no logró fortalecer el Acuerdo de París acerca de la reducción de emisiones. China, Estados Unidos e India, acompañados de Brasil, defendieron su injusto derecho a seguir contaminando, y junto con Australia, Arabia Saudí, Japón y Rusia, impidieron acuerdos concretos y efectivos que reconocieran la gravedad del instante, la encrucijada definitiva en la que se encuentra la especie humana.

El papel de México en la conferencia fue mediocre y los países en desarrollo afectados por la depredación ecológica de las grandes economías resultaron, una vez más, ignorados en sus demandas. La delegación chilena, cuya ministra de Medio Ambiente presidió terriblemente los trabajos del encuentro (“vergüenza mundial”, afirmó de su conducción un diputado de su país), estaba cooptada por los intereses de grandes empresas contaminantes, según informaron reportes de prensa. Entre otros de sus autoritarios yerros tecnocráticos, la presidenta intentó evitar que la Red de Acción Climática Internacional anunciara la designación de enemigo del planeta, el Fósil del Día, merecidamente Brasil por sus destructivas políticas ambientalistas. Resulta desalentadoramente simbólico, hasta triste, que una mujer tan inepta así haya conducido un encuentro de inmensa importancia. Catástrofes pequeñas para abonar a la gran catástrofe acechante a la vuelta de la esquina.

La minoritaria élite voraz que controla la economía, los procesos políticos y los medios de comunicación —la cual, según Naomi Klein, disfruta de más poder político, cultural e intelectual que en ningún otro momento desde la década de los años veinte del siglo pasado—, está en contra de medidas que la lógica de mercado impuesta por ella misma como verdad objetiva (como ejemplo de esas imposiciones el fin de la historia, ese no-pensamiento que intelectuales a modo promocionaron sin cesar) considera heréticas: inversión masiva en servicios públicos e infraestructuras de cero-carbón; establecimiento de cargas impositivas y penalizaciones severas a empresas productoras de energías fósiles; reemplazo de combustibles fósiles por energías renovables a escala masiva. Acciones que solamente pueden llevarse a cabo desde la esfera pública, ahora corrompida y asediada en todas partes.

El capitalismo desregulado, la ideología globalizada dominante, está en contradicción moral y filosófica con las acciones de beneficio colectivo que podrían ayudarnos a evitar la catástrofe. No hace sentido, sin embargo, el comportamiento suicida de esa misma élite, a menos que se consideren dos hipótesis, una mayor y otra menor. Ésta última se basa en una ciencia ficción paranoica, la cual cree que ciertos sectores oligárquicos estarían preparados para sobrevivir adentro o afuera del planeta sobreviniendo un gran colapso.

La otra argumenta sobre un componente estructural del judeocristianismo que se conoce como escatología: en una de sus acepciones significa el tratado de lo último, es decir, de los tiempos finales. El regreso de Dios para dictar la conclusión de la historia. Y se sostiene además sobre la herencia envenenada de la filosofía occidental que a través del idealismo condenó como errónea e incompleta la vida del cuerpo, del mundo y de la naturaleza.

“El nihilismo está ante la puerta —escribió Nietzsche hace más de cien años—: ¿de dónde nos viene éste, el más siniestro de todos los huéspedes?” Tal exaltación de la nada (“Nada es cierto, todo está permitido”) domina a la civilización. Es la obsolescencia de la mercancía, la población elegida como prescindible por el horror económico neoliberal, la cosificación de las personas en la religión del dinero, la obsesión patológica por la ganancia inmediata, la enferma insaciabilidad. Se vuelve imperativo decir no a todo ello, pues este será el eje de la lucha moral y operativa por la sobrevivencia: reemplazar el principio del placer freudiano por un realista principio de comprensión ante momentos que representan tiempos finales, cambios vertiginosos y situaciones impensables para la humanidad.

La esperanza resistente y la acción correcta han cambiado de sitio entre nosotros. Ahora radican en la desagregación. No en el ego que junta, sino en la conciencia que suelta y simplifica, que recicla (una manera de hacerlo con uno mismo, pues como es adentro es afuera) y reduce, una conciencia que deja de realizarse en el consumo, en la acumulación. Estos cambios culturales constituyen ideas-fuerza colectivas y podrían significar, en términos otra vez de Klein, un ímpetu catalizador para la humanidad, un cambio que todo lo abarcaría.

En el gran peligro, escribió Hölderlin, está la salvación. El clima de la tierra y los procesos ecológicos serán los ámbitos de la hiperpolítica para estos tiempos últimos que terminan o empiezan.

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Fernando Solana Olivares
  • Fernando Solana Olivares
  • (Ciudad de México, 1954). Escritor, editor y periodista. Ha escrito novela, cuento, ensayo literario y narrativo. Concibe el lenguaje como la expresión de la conciencia.
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