La destrucción del sistema político de la transición no nos ha transportado a un modelo político nuevo, sino simplemente una vuelta al pasado
No es popular defender la reelección en un país que empuñó las armas con el lema: sufragio efectivo no reelección. Eso ocurrió hace más de un siglo. A pesar de ello, como sabiamente escribió el novelista y ensayista Javier Cercas: el pasado no es pasado, sino otra dimensión del presente. Claudia Sheinbaum se erigió en defensora de esa tradición revolucionaria -hoy profundamente conservadora- y evocó aquellos años para enviar una iniciativa que prohíbe la reelección a partir de 2030. Justo el día de la Constitución. No deja de sorprenderme que se abracen al legado de la Constitución para justificar sus regresiones, pero después no dudan en pisotear su texto cada que tienen ocasión.
Detrás de esta fachada del retorno a los valores emanados de la Revolución, se esconde el verdadero propósito: la reinstauración del ancien régime. López Obrador primero y Sheinbaum hoy han dinamitado, en tiempo récord, todos los elementos significativos que permitieron una transición pactada y pacífica hacia la democracia en México. Uno: han debilitado -permanentemente- al árbitro electoral. Hoy el INE, empezando por su presidenta Guadalupe Taddei, es una marioneta de los intereses de Palacio Nacional. Dos: dinamitar la independencia de la Corte. Tres: desaparecer los órganos autónomos. Cuarto: destruir la pluralidad política a través de la sobrerrepresentación. Cinco: herir de muerte al federalismo mexicano (los gobernadores no se pueden ni mover). Seis: sustituir la participación ciudadana auténtica con mecanismos de control corporativo y clientelar (elección del poder judicial o revocación de mandato alentada desde el poder). Todo aquello que hizo de México una democracia constitucional y liberal, hoy está en extinción o en proceso de desaparición.
La reelección es un clavo más en el ataúd. Pese a resistencias de partidos políticos que querían seguir controlando exclusivamente el proceso de designación de candidaturas, la reelección se abrió camino como un mecanismo de empoderamiento social y ciudadano. La justificación de la reelección es permitir que sean los ciudadanos y no exclusivamente los partidos quienes puedan premiar o castigar a un cargo electo. La reelección es especialmente importante en el ámbito local, en donde la imposibilidad de mantenerse en el cargo nos dejaba congresos corruptos sin profesionalizar o presidencias municipales cortoplacistas. Hablando de Jalisco en específico, las y los diputados que se han reelecto sí han demostrado mayor experiencia, más profesionalismo y mayor calidad parlamentaria. Ser un legislador es una profesión que no se aprende de la noche a la mañana. El largo plazo ha permitido mejorar el trabajo legislativo y eso no ha supuesto un incremento en los niveles de corrupción. Por el contrario, en el Congreso de Jalisco, la etapa más corrupta fue de 2003 a 2012 -no existía la reelección. Los escándalos en el periodo (2012-2025) poco o nada tienen que ver con aquellas trapacerías que caracterizaron el inicio de siglo.
En las alcaldías también ha habido procesos de continuidad que no veíamos en el pasado. Zapopan y Tlajomulco son ejemplo de gobiernos que han sido ratificados por mayorías sociales amplias. Y si vemos el panorama global, los grandes proyectos locales: la Barcelona de Maragall o el Paris de Delanoe son administraciones que duraron más de una década. La justificación para prohibir la reelección no es ni la Revolución ni el enquistamiento de una élite política. Por el contrario, es la apuesta de Sheinbaum y Morena por fortalecer aún más el margen de maniobra político del partido hegemónico. A Morena no le basta con controlar la mayoría de las gubernaturas y las mayorías legislativas, ahora quiere que sólo el partido pueda palomear candidaturas y que nadie pueda construir una trayectoria sin la égida de las siglas partidistas. La reelección dota al alcalde o al diputado de autonomía para seguir principios que -en ocasiones- pueden contradecir la línea del partido. Desaparecerla es empoderar aún más al partido hegemónico.
No existe democracia de calidad que no tenga la reelección en su ADN. Hace más de un siglo, cuando el voto ni contaba, tenía sentido oponerse a la reelección. Era un límite frente a los caudillos y el autoritarismo. Hoy, oponerse a la reelección es apostar por fortalecer la partidocracia y disminuir el poder de los ciudadanos. Una legislación más que reafirma la aberración que Morena siente por la participación ciudadana auténtica, aquella que no es tutelada por el poder. Esperemos que la oposición, al menos simbólicamente, sea valiente y se oponga a este retroceso. Que las viejas bayonetas revolucionarias no sean cantos de sirena en un México que nada tiene que ver con el de 1910.