
No deja de tener vigencia esa frase que resume bien el espíritu de la democracia: certidumbre en las reglas e incertidumbre en los resultados. En México, parece que estamos en las antípodas de estas premisas. Las campañas han sido una orgía de ilegalidades en las narices de una autoridad —el INE— que decidió claudicar. Y nos quieren también convencer de que el resultado ya está marcado. Claudia Sheinbaum ganará sin despeinarse la Presidencia de la República. Para tal propósito, las encuestas son el instrumento propagandístico más eficaz. Los estudios demoscópicos no como lo que deberían ser (información que para la ciudadanía tome decisiones informadas), sino como artilugios para la resignación y la desmovilización política.
Otra cosa que la autollamada Cuarta Transformación copia del PRI de Peña Nieto. La operación demoscópica para hacer del priista el presidente inevitable, comenzó un par de años antes de la elección de 2012. Las ventajas que daban al mexiquense eran muy holgadas. Tras las elecciones y el fracaso estrepitoso de las casas encuestadoras, muy pocos rindieron cuentas. Esta casa editorial es de las pocas que hizo un mea culpa. La amplia mayoría pasaron página con un cinismo llamativo. Aquella operación sirvió para desmovilizar a un elector que no quería el retorno del PRI. Los datos electorales en secciones urbanas y entre jóvenes así lo demuestran: la intoxicación demoscópica dio resultados.
Estas semanas han surgido al menos tres encuestas que con resultados que son inverosímiles. Covarrubias y Asociados, Demotecnia y Buendía sitúan la ventaja entre 30 y 45 puntos a favor de Claudia Sheinbaum. De acuerdo con estas casas encuestadoras, Sheinbaum arrasaría en el país con números superiores a los que obtuvo López Obrador en el cénit de su popularidad. ¿Alguien cree, seriamente, que Sheinbaum tiene más arrastre electoral que López Obrador? ¿Alguien cree que después de una elección intermedia donde la oposición se quedó a 4.7% de Morena, Sheinbaum será capaz de duplicar en votos a Xóchitl Gálvez? Veo detrás de esta operación al menos tres objetivos.
El primero, y más a corto plazo: Xóchitl Gálvez no levantó. Incluso, se ha esparcido un rumor —sin fundamentos— sobre una posible declinación de Xóchitl. Un escenario no polarizado entre las dos candidatas supone, también, un poderoso incentivo para dividir el voto para terceras y cuartas opciones. En este caso: el candidato de MC o el independiente de ultraderecha, Eduardo Verástegui. Cortar las alas de Xóchitl antes de la campaña es fundamental para “calcificar” las tendencias electorales y abonar a la narrativa de la inevitabilidad. Las encuestas en el Estado de México fueron una pequeña probadita. “Ya no creció Xóchitl” se escucha en los medios afines a Morena y eso es muestra de la intención de diluir cualquier esperanza de alternancia nueves meses antes de votar.
Segundo, la inevitabilidad produce desmovilización. Morena necesita porcentajes bajos de voto en zonas urbanas, entre menores de 60 años y entre las mujeres. Estos son los segmentos menos morenistas y que peor califican a Andrés Manuel López Obrador. Para que ustedes se dé una idea: en las dos últimas elecciones presidenciales, los electores de entre 60 y 75 años alcanzaron un porcentaje de participación del 74%. De acuerdo con todos los estudios demoscópicos, este segmento de la población es el más afín al obradorismo. Por el contrario, los nichos de población de entre 18 y 34 años, no superaron el 57% de participación (a pesar de ser el más numeroso). Y entre las mujeres, el índice de participación sube según la edad: las jóvenes son las que menos acuden a votar (14% del total de electoras) mientras que las adultas por encima de los 50 años duplican la presencia electoral de las jóvenes. El margen de crecimiento para la candidatura de Xóchitl es evidente entre jóvenes y adultos jóvenes, y entre las mujeres.
A esto hay que añadirle el componente geográfico. Los estados con mayor potencial para la oposición han demostrado baja participación urbana en los últimos años. Cinco estados: Jalisco, Veracruz, Guanajuato, Nuevo León y Chihuahua. En las últimas elecciones federales (2021), sólo en Guanajuato, el voto urbano (más proclive al Frente y MC) superó al voto rural (más proclive a Morena) en porcentaje de participación. En Chihuahua el diferencial fue de 13 puntos y en Jalisco de siete. En elecciones presidenciales tiende a igualarse, pero queda claro que el abstencionismo en las ciudades es una de las claves de la siguiente elección.
Y tercero: busca cambiar el marco de la elección. A nueve meses de acudir a las urnas, lo normal sería comenzar a debatir proyectos, programas, posibles gabinetes. No obstante, la operación de encuestas busca empujar a la oposición hacia el debate por el control del Congreso. Que las baterías del Frente o de MC ya no sea conquistar Palacio Nacional, sino equilibrar el próximo sexenio impidiendo una mayoría aplastante de Morena. No digo que no sea un objetivo válido, pero es sumamente llamativo la velocidad con la que se quiere negar cualquier posibilidad de cambio de partido en el gobierno.
La narrativa de la inevitabilidad puede resultarle contraproducente a quien la enarbola. Decir que todo está ganado también podría desmovilizar a los tuyos. Ejemplos tenemos para vender y repartir. El “Brexit”, la victoria de Trump, la elección de Calderón, la victoria de MC en Nuevo León, el empate en la capital del país en 2021 o la corta mayoría de López Obrador en los últimos comicios. Y es que han puesto tan, pero tan arriba a Claudia Sheinbaum que ahora -a nueve meses de la elección- sólo le queda bajar y bajar. Veremos a qué velocidad.