En muchas ocasiones, la democracia significa elegir el mal menor. No es lo ideal, pero es así. Asumamos: no hay ningún Winston Churchill ni Abraham Lincoln en el panorama político mexicano. A menos que Movimiento Ciudadano se saque una candidatura que nadie tiene en el radar, los mexicanos deberemos votar por alguna opción que no emociona. Claudia Sheinbaum ha llevado una precampaña de librito y ha evitado el desgaste. Xóchitl Gálvez quiere crecer, pero no parece poder alejarse de los partidos que la secuestran para garantizar sus intereses. Y la candidatura de Samuel García fue un gran globo que se infló, pero que al final demostró la peor cara del gobernador de Nuevo León. La cara de quien se pasa las leyes por el Arco del Triunfo siempre que convenga a sus caprichos. Es normal que haya un cierto desánimo en el electorado. Sin embargo, detrás de este oscuro panorama, se abre un debate que sí es importante para el país: ¿cómo asegurar que México siga siendo una democracia y no vuelva al pasado del partido de Estado y al régimen simuladamente pluralista? Si Morena se queda con todo, ¿qué supone eso para el México del mañana? Un conductor de Uber me hizo esa reflexión esta semana con profunda preocupación ante las tendencias que marcan las encuestas.
A diferencia del pasado, la democracia ya no muere con golpes de estado o interrupciones abruptas del orden constitucional. Ahora, la democracia es erosionada como se erosiona un piso sometido a una gota de agua constante. La democracia muere por el secuestro del Poder Judicial; por la cooptación del árbitro electoral; por la destrucción de la pluralidad mediática; por la criminalización de la sociedad civil, y por el arrodillamiento de la élite económica a los caprichos de Palacio Nacional. El caso húngaro o el caso polaco son buenos ejemplos. Bueno, ahora Polonia le ha dado la vuelta dando una compleja mayoría al europeísta Donald Tusk.
Y los cimientos que sostienen a nuestra democracia son realmente endebles. López Obrador ha logrado ir alterando los equilibrios en la Suprema Corte de Justicia. Quitando la encomiable resistencia de Norma Lucía Piña, el presidente ya cuenta con tres leales en la Corte. Seis años más del mismo acoso y partidización de los nombramientos, supondría una Corte afín a Morena y al régimen. Deshacer eso tardaría años. Morena podría controlar los tres poderes en un plazo de cinco años. Eso supone la muerte de la democracia entendida como un sistema de pesos y contrapesos que limitan el poder. Y más si se aprueba la tontería de elegir a los jueces por elección directa de la ciudadanía.

Le sugiero al lector revisar a profundidad el caso de Polonia. No exagero. Una democracia asimilable a las mejores de Europa cayó en una espiral de populismo ultracatólico y eso supuso la destrucción de todo lo que construyeron los polacos desde la derrota al comunismo de la mano de Lech Walesa y el sindicato Solidaridad. Hoy, Tusk se enfrenta a un Estado que se encuentra cooptado en todas sus dimensiones, desde los medios públicos hasta los tribunales. La quinta economía de Europa cayó en las mieles del autoritarismo y en su mejor momento económico, ¿por qué México no debe temer un futuro similar si da demasiado poder a Morena?
Eso es el Poder Judicial, pero los órganos autónomos también son blanco del Presidente y de Morena. López Obrador quiere desaparecer al Instituto de Transparencia (INAI) o a los consejos reguladores en temas tan importantes como la energía. La apuesta de AMLO es despojar al estado mexicano de sus instrumentos de control sobre el poder presidencial. Sheinbaum aterrizaría en Palacio Presidencial sin casi constreñimientos a su poder, máxime si los mexicanos le dan una mayoría holgada en las cámaras.
Y tampoco albergo muchas esperanzas sobre la pervivencia del INE como autoridad independiente para celebrar las elecciones. El segundo piso de la transformación de Sheinbaum es completar lo que AMLO no pudo o no alcanzó a hacer. El presidente quiere que las elecciones las haga el Gobierno, la secretaría de Gobernación en específico. En el próximo sexenio, si Sheinbaum tiene la fuerza necesaria podría transportarnos a los ochentas y al tiempo en que Manuel Bartlett se encargaba de validar la limpieza de las elecciones.
Me pregunto: ¿por qué AMLO eligió a Sheinbaum como su sucesora? A diferencia de Ebrard, ella sí garantizaba lealtad absoluta. Y no confío en el equipo que presentó -a pesar de tener nombres interesantes como Gerardo Esquivel- porque AMLO presentó un grupo de ciudadanos independientes y moderados, y al final no le hizo caso a ninguno. Los Carlos Urzúa, Germán, Martínez, Olga Sánchez, Arturo Herrera o Alfonso Romo no pesaron ni un ápice en el Gobierno. Fueron figurines para legitimar el proceso de destrucción del presidente. AMLO invitó “palomas” a su gabinete, pero terminó gobernando con los “halcones”.
Yo votaré por quien pueda evitar que México sea un país autoritario. No confío en la falsa moderación de Claudia Sheinbaum. Parece más un lobo con piel de cordero. Confié en la de López Obrador y terminamos con el ejército más poderoso de la historia, un estado débil y desmantelado, un acecho permanente contra la democracia, educación y salud por los suelos, y la normalización de los ataques a quien disiente. Creo que la democracia es el valor político más importante a defender. De esto va el 2024.