
Andrés Manuel López Obrador puede ser muchas cosas, pero es un animal político como pocos. El presidente goza de un olfato privilegiado. Sabe que puede echarle el carro a Carlos Loret, pero debe tener cuidado con Televisa. Sabe que puede meterse con Claudio X. González, pero aguas con Carlos Slim o Ricardo Salinas Pliego. Entiende en donde están los límites materiales de su poder. Y también sabe cuándo aparece alguien en el escenario político que puede poner la continuidad de su proyecto en entredicho.
No me sorprende que el López Obrador del presidente le siga corrigiendo la plana al López Obrador del pasado. Ninguna oposición ha sido más efectiva que recuperar las opiniones que hace algunos años sostenía el presidente. El López Obrador del presente pasó de ser perseguido a persecutor. A través de información no contrastada, el presidente demostró su principal arma rumbo a 2024: la destrucción de la credibilidad de quien aspire seriamente a sucederlo por parte de la oposición. Quieren acabar con Xóchitl Gálvez antes de que su ascenso sea incontrolable.
La diferencia entre una democracia de calidad, con estado de derecho e instituciones independientes, y un sistema híbrido -como es calificado México por The Economist-, es precisamente la independencia de la justicia. En las democracias de calidad se investiga a quien se debe investigar y en el momento en que aparecen los indicios de la comisión de algún delito. Se procura atajar los delitos sin importar si estamos hablando de políticos, ingenieros o astronautas. La venda que suele simbolizar la imparcialidad de la justicia.
Esta semana, López Obrador salió a la mañanera para despotricar contra Xóchitl Gálvez. Le acusa de haber recibido contratos por mil 400 millones de pesos. Incluso, admite la paradoja de que su propio Gobierno le otorgó contratos. Lo admite con una frase que lo desnuda de cuerpo entero: “Claro que no sabíamos que las empresas eran suyas”. Es decir, si hubiéramos sabido que eran de ella, nunca le hubiéramos entregado contrato alguno. A este punto llega el cinismo presidencial. Con tal de atacar a su contrincante, el presidente admitió el uso político y discrecional de las contrataciones del Gobierno. Un chiste de mal gusto para una administración que se decía distinta.
Los regímenes autoritarios permiten la corrupción siempre y cuando los corruptos no se metan en la disputa del poder político. Esto le sonará a usted. Es la fórmula del PRI. Mientras los empresarios se dedicaran a los negocios y no a la política, el régimen permitía toda clase de atropellos. Así es la relación que mantiene Vladimir Putin con los magnates rusos. El poder político es mío, dice el presidente. Si la información es veraz, ¿por qué en cinco años nunca hicieron pública la información? ¿Por qué aparece justo cuando Xóchitl Gálvez apunta a ser una adversaria seria en 2024? Simple: porque la justicia mexicana danza al son de las prioridades de López Obrador. Hoy, el objetivo es destruir a la senadora desde el arranque mismo.
López Obrador sabe que es un riesgo que Xóchitl Gálvez llegue viva a septiembre. A veces me preguntan si el efecto Xóchitl es una mera burbuja o si realmente tiene profundidad. La respuesta es sencilla: no existía como candidata presidencial y hoy todas las encuestas la ponen o por encima o empatada en la interna del Frente por México. En tres semanas logró rebasar a candidatos que llevan meses placeándose por el país. Y segundo, ¿López Obrador perdería su tiempo con una candidata no competitiva? ¿Lo ha hecho con Claudia Ruiz, Beatriz Paredes o Santiago Creel? El presidente es un obsesionado de las encuestas y seguro tiene en su escritorio varias que le dicen que está en problemas.
En este escenario, Xóchitl se enfrenta a tres desafíos que no son menores. Primero: el tiempo. La paradoja del tiempo en la política. Hace semanas parecía que no había tiempo suficiente para construir un candidato ganador a la Presidencia. Sin embargo, hoy, a Xóchitl se le puede hacer largo el partido si cae en el ritmo de López Obrador. Con sus acusaciones, el presidente logró poner a la aspirante presidencial a la defensiva. Tener que explicar sus contratos con la administración pública. La comunicación de López Obrador ha sido muy efectiva y termina rompiendo la resistencia de sus adversarios. Alito, es un ejemplo del acoso permanente.
Segundo desafío: aclarar las cuentas e ir incluso más allá en materia de transparencia. La estrategia del presidente para destruir a la oposición es vincularla con el pasado más oscuro de México: la corrupción y la impunidad. La oposición no puede tener una candidata que tenga sospechas de haberse beneficiado del Gobierno. Eso es política y éticamente reprobable. Es cierto que quien acusa debe probar, pero Xóchitl debe dejar en claro toda su información. Si no lo hace en este momento, la estrategia para destruirla se prolongará.
Y tercer desafío: arreglar la casa. El protagonismo de las cúpulas partidistas le resta a Xóchitl Gálvez. Si se enreda en las políticas palaciegas, puede pasar de un prometedor ascenso a una decepción manifiesta en pocos meses. Gálvez no puede ser parte de un proceso interno en donde parezca que son las cúpulas partidistas o económicas las que deciden su candidatura. La transversalidad de una candidatura se construye quitándole peso a los Alitos y Marquitos. Sólo estorban. Ellos deberían entenderlo.
Más allá de lo que venga en próximas semanas, no tengo la menor duda que se ha activado una operación de Estado para descarrilar y destruir a Xóchitl Gálvez. Y esa operación no nace en el vacío, sino como respuestas a los datos que dejan en claro que el crecimiento de Xóchitl no es un invento de los medios de comunicación, sino una realidad que comienzan a marcar las encuestas. En todo este escenario, Claudia Sheinbaum se ha desinflado dramáticamente. No emociona ni a los suyos. López Obrador se ha propuesto destruir a Xóchitl antes que ponga en riesgo la elección de 2024.