La falta de recursos en campañas judiciales puede ser una oportunidad para que los candidatos demuestren entendimiento e imaginación, cualidades esenciales para ser buen juez. Huarte de San Juan, en 1575, es quien revive una vieja polémica sobre qué es mejor para ser buen juez: ser muy memorioso o tener mucho entendimiento e imaginativa (Examen de ingenios para las ciencias).
El memorioso, dice, apodado ropavejero, cree que si las leyes se redactan con palabras claras, sin abreviaturas ni errores gramaticales, sin ambigüedades y con tal evidencia que cualquiera pueda entenderlas, no requieren interpretación.
Este tipo de legista “se llama letrado, y no los demás hombres de letras. Y es por ser a letra dado, que quiere decir hombre que no tiene libertad de opinar conforme a su entendimiento, sino que por fuerza ha de seguir la composición de la letra”.
La memoria es contraria al entendimiento. Y “la verdadera interpretación de las leyes (…) se hace distinguiendo, infiriendo, raciocinando”. Este ingenio y habilidad, dice, son del entendimiento, no de la memoria, que solo sirve para recordar las cosas sobre las que se debe pensar.
“La memoria no tiene otro oficio en la cabeza más que guardar con fidelidad las figuras y fantasmas de las cosas. Pero el entendimiento y la imaginativa son los que obran con ellas, y si el juez tiene todo el arte en la memoria y le falta el entendimiento, es imposible poder hacer”. Es decir, jamás, a no ser de chiripa, podrá interpretar correctamente la ley para hacer justicia.
Un juez comprensivo e ingenioso sabe que la ley se interpreta no para cumplir un ritual, sino para comprender, considerando el contexto, el sentido correcto de la ley aplicable a un caso concreto. Puede, con base en normas y principios, concretar y completar lo que fue proyectado por el legislador, pero no erigirse en creador de una nueva ley.
He ahí el reto para los candidatos a jueces: demostrar mucho entendimiento e imaginación para ser un buen juez, no para ver quién gana más votos mediante la mercadotecnia. No es ético que los electores seamos vistos solo como consumidores de disparates y frivolidades.