Cultura

Postales de pandemia urbana

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El viernes pasado acudí al estadio de C.U. a recibir mi segunda dosis de la vacuna. Luego de un proceso bastante ágil y bien organizado, salí aproximadamente al cabo de media hora y abordé un taxi un tanto desvencijado en la avenida circundante para regresar a mi casa. El conductor era un hombre al que le calculo treinta y tantos años, cuyo talante afable y buen humor se hicieron evidentes casi desde un principio. Me atreví a preguntarle si se encontraba vacunado y me respondió que aún no, que se había quedado rezagado, pero que pensaba ver si ese mismo día se daba una vuelta a recibir su primera dosis. De todos modos, prosiguió, había sido muy afortunado de no contagiarse hasta el momento, pues en su familia se habían producido varios contagios (y muertes), y por ejemplo en el caso de sus padres, cuando contrajeron el virus él se había encargado —con guantes y mascarilla— de llevarles sus alimentos y cuidarlos. Su madre había requerido hospitalización e incluso estuvo intubada, pero ahora estaba recuperada, aunque había pasado por la parálisis de medio rostro como secuela del covid, misma que por fortuna se había ya también esfumado. ¿Cómo se curó?, quise saber. Mediante unos masajes faciales que ella misma se administraba.

Mientras estábamos atorados en el tráfico en Avenida Universidad le pregunté si el trabajo en el taxi había vuelto a niveles prepandémicos, a lo que respondió que para nada, pues por una parte la gente continuaba muy temerosa de abordar taxis, y además la falta de dinero era también evidente. Me atreví a preguntar nuevamente si no pudiera convenirle más trabajar como conductor a través de una aplicación, y entre risas me contó que ya lo había hecho antes, pero que entre el porcentaje que descontaba la empresa y lo que debía pagarle al dueño del auto, prácticamente no le quedaba nada. Además, en una ocasión unos pasajeros lo habían asaltado y le quitaron el coche a punta de pistola. Cuando acudió a las oficinas de la empresa para la que en última instancia laboraba a contar lo sucedido, le dijeron que por ser una empresa extranjera, había que esperar meses a que pudieran presentarse los investigadores. Llegado el momento, la investigación avanzó simplemente hasta la conclusión de que quien abordara la unidad para posteriormente asaltarlo había sacado una cuenta fantasma en la aplicación (¡genios!, ¿cómo habrán llegado a esa aguda hipótesis?) pero, eso sí, habían tomado la firme determinación de eliminar dicha cuenta (¡cuánta bondad!). Sus súplicas de que lo acompañaran a la casa donde solicitaran el viaje los asaltantes cayeron en oídos sordos, por lo que decidió mejor volver a emplearse por cuenta propia en el taxi. Como había trabajado muchos años en una pizzería, para después dejarle el trabajo a su hijo de veintidós años, en días como ese viernes pasaba un rato por las tardes para ayudar por si hubiera mucha gente, y con eso completar sus ingresos.

Me dejó con el mismo buen humor con el que comenzara el viaje y lo seguí asombrado con la mirada hasta que se adentró en el tráfico y dobló a la izquierda en la primera calle disponible.


Eduardo Rabasa


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Eduardo Rabasa
  • Eduardo Rabasa
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  • Escritor, traductor y editor, es el director fundador de la editorial Sexto Piso, autor de la novela La suma de los ceros. Publica todos los martes su columna Intersticios.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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