A la maestra Ruth, que me hizo ver
el otro lado de la historia
Las clases de Historia en la primaria fueron tortura para mí, pero eso cambió en la secundaria, con la maestra Ruth y sus “chismes históricos” que revelaban que no siempre es como la cuentan.
Estudiaba en un colegio católico, así que el dogma estaba presente en todas las materias y docentes, pero en esa clase se les escapó.
Estábamos viendo la conquista de México, y en el adoctrinamiento espiritual el libro decía que los españoles habían creado a la Virgen de Guadalupe para empatizar con los indígenas y acelerar el proceso de evangelización en las comunidades originarias. Eso, para una niña de 13 años que todos los días tenía clase de moral y debía asistir a misa al menos una vez al mes, fue un bombazo. Algo despertó en mí y ya no hubo vuelta atrás. Empecé a dudar de la religión que se me había impuesto hasta de la misma existencia de Dios, y eso me llevó a un libro y a otro, a cuestionar todo, a reflexionar y buscar mis propias respuestas.
Una simple frase puso de cabeza todo mi sistema de creencias. Y así como eso fue para mí, para otros compañeros no, y ahora incluso son parte activa de iglesias en sus colonias, y está bien, lo importante es el ejercicio en las y los estudiantes para que se conozcan a sí mismos y su entorno, para llegar a sus conclusiones.
Gran parte del contenido de los libros de texto que han resultado tan polémicos -y usados como botín político en año preelectoral-, fomentan precisamente eso, la reflexión sobre lo que ya niñas, niños y adolescentes viven y se preguntan, como la discriminación física, racial y sexual, porque estoy segura que recuerdan a la compañera de la que se burlaban por su sobrepeso, al más moreno del salón o al que no cumplía con los estereotipos de género.
Todo lo que educa es político; y si creen que nunca se ha “adoctrinado” en la escuela es que no pusieron suficiente atención.