En las últimas semanas he comentado aquí sobre las intenciones de la guerra arancelaria. Mi argumento ha sido que la estrategia del presidente Donald Trump es bastante menos sofisticada de lo que algunos analistas quieren suponer. En realidad, detrás de las permanentes sacudidas a los mercados con anuncios frecuentes, grandilocuentes y contradictorios, ha estado negociar mejores términos para EEUU.
Pero ¿cuáles mejores términos si al final el poder económico y político de EEUU alcanza todavía para sentar a la mesa a prácticamente cualquier país a negociar acuerdos comerciales sin necesidad de amenazas? Una ficha crucial es China y varios movimientos en los últimos días mandan señales en ese sentido.
Apenas el miércoles pasado la Casa Blanca lanzó una bomba arancelaria disfrazada de circular informativa: algunos productos chinos importados a EEUU enfrentarán gravámenes que podrían sumar hasta 245 por ciento. No se trata de un nuevo arancel, dicen, sino de la suma de medidas previas: 125 por ciento por “reciprocidad”, 20 por ciento como castigo por el fentanilo y un extra de hasta 100 por ciento en productos específicos. Lo cierto es que el impacto sobre los índices bursátiles de EEUU fue inmediato y severo: el S&P 500 cayó 2.24 por ciento, el Dow Jones, 1.73 por ciento y el Nasdaq, 3.07 por ciento.
Lo que Trump está reeditando es una versión de conflicto bipolar, donde la nueva Guerra Fría no se libraría con misiles sino, hasta ahora, con tarifas, prohibiciones y bloqueos tecnológicos. Las restricciones a Huawei, los límites al acceso a los chips de Inteligencia Artificial, las presiones a aliados para contener a China a cambio de moderar los aranceles recíprocos y la amenaza contra TikTok, entre otras medidas, forman parte de un patrón: la economía como arma estratégica.
Los ataques no sólo apuntan hacia afuera. La semana pasada, Trump arremetió en redes contra Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, por no bajar las tasas de interés “de inmediato”. Lo llamó “Sr. Siempre Tarde”, y lo acusó de ser un “gran perdedor”. No fue sólo un desliz retórico: los mercados reaccionaron con otra caída pronunciada este lunes, que un día después se recuperó cuando el presidente declaró a medios que siempre no, que no quería sacar a Powell.
El S&P 500 bajó 2.36 por ciento para luego ganar 2.51 por ciento, el Dow Jones perdió 2.48 por ciento y subió después 2.66 y el Nasdaq se desplomó 2.55 por ciento para recuperar 2.71 por ciento.
Esta volatilidad podría permitir a más de un vivales con información privilegiada realizar transacciones extraordinariamente rentables. Habrá que seguirle la pista a ese fenómeno para ver quién navega en este entorno de manera consistentemente positiva y cómo lo está consiguiendo.
Todo esto ocurre mientras la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) advierte sobre una desaceleración severa de la economía estadounidense en 2025: un crecimiento estimado de apenas 1.0 por ciento, frente al 2.8 por ciento del año anterior.
El entorno económico se vuelve más volátil, menos predecible. Las cadenas de suministro, ya golpeadas por la pandemia, las guerras y la fragmentación comercial, podrían resquebrajarse aún más. Y sí, la inflación amenaza con repuntar, alimentada por mayores costos de importación y tensiones geopolíticas.
En este escenario, la Reserva Federal enfrenta un dilema complejo: ¿mantener las tasas altas para contener la inflación o bajarlas para evitar la recesión? Cualquier decisión será leída no solo como técnica, sino como resultado de una lucha política. Y Trump lo sabe. De ahí su presión pública. De ahí su urgencia.
Alfa positivo. El gobierno federal, a través del titular de la Agencia de Transformación Digital y Telecomunicaciones, José Antonio Peña Merino, presentó el lunes la Ventanilla Digital Nacional de Inversiones, la cual reducirá los trámites para constituir una empresa en México y acelerará la inversión de la Iniciativa Privada.