Una liga de futbol sin descenso es como una corrida de toros sin la suerte suprema. Los evasores de la realidad y la responsabilidad en cada una de estas trincheras, han condenado lo que quedaba de tauromaquia en la plaza más grande del mundo y de deportivismo en la Liga MX.
Sin riesgo no hay emoción y sin emoción no hay ningún aliciente para un espectáculo. Es vivir por vivir, seguir por seguir y, al final, morir por morir. Sin ninguna causa de por medio.
La tiranía progre y el totalitarismo woke, prefieren que una ternera de meses muera electrocutada en las más inmisericordes condiciones, para engullirse posteriormente una buena hamburguesa, antes que tolerar —ya no digamos atestiguar— un rito casi milenario en el que un toro que vivió diez veces más que dicha ternera, puede pelear por su vida y caer solemnemente en una fiesta que es por él.
Así como en la tauromaquia de la capital del país, en el futbol mexicano se promulgó una ley “incruenta”. En la fiesta brava, el sectarismo animalista, respaldado por políticos arribistas, va en contra de la naturaleza del toro de lidia, lo que provocará irremediablemente su desaparición.
Mientras tanto, en el futbol, los dueños de los equipos mediocres, lograron que sus clubes no reciban un castigo deportivo por su incompetencia.
En ambos casos hay un paralelismo: los supuestamente protegidos, han sido condenados. En el balompié es un periplo hacia el peor de los infiernos: el de la indiferencia.
Los clubes pierden arraigo y, como ejemplo, la Angelópolis, que estaría volcando su pasión en estos momentos en torno a su equipo buscando la salvación. En lugar de ello, el desapego por una causa irrelevante, sacó a los aficionados de un estadio cada vez más desolado.
En ambos frentes, me gustaría creer en un milagro que me devuelva el futbol mexicano del que me enamoré y las corridas de toros en la plaza en la que me aficioné, pero soy consciente de que en los dos casos, la suerte está echada y el futuro es aciago.
En el corazón guardaré aquellas tardes apoteósicas en La México durante las corridas de toros, y la emoción de esas batallas por librar el descenso en el futbol, mismas que la peor generación de directivos de la liga y la FMF nos arrebataron hace cinco años.
Un lustro
Por cierto que, aquel amargo recuerdo de la emasculación de nuestro balompié, al tiempo del surgimiento de la devastadora pandemia del coronavirus, evoca otro pasaje, mucho más feliz en lo personal y profesional: mi llegada a Multimedios.
Un lustro en el canal 6, que es mi casa, y dos años todas las mañanas en El Desmarque, el suplemento deportivo de Telediario en Puebla. Estamos contentos con el equipo de estupendos colaboradores que se ha logrado conformar en esta aventura televisiva al lado de mi buen amigo Ricardo Ruiz. Con el respaldo de la gente y el voto de confianza de los directivos, estamos seguros que viene lo mejor.