Lo suyo son los caprichos. Los berrinches. La única voluntad que importa es la suya. Personaje perfecto para encarnar el egoísmo extremo, Veruca Salt es, sin embargo, una figura empática y hasta ternura puede provocar.
Creada por la mente mágica de Roald Dahl, en el universo de Charly and The Chocolate Factory, Veruca termina expulsada del por una turba de ardillas que la etiquetan como una "bad nut". Como si fuera tan fácil. Ciertamente uno de los rasgos más peligrosos de las figuras autoritarias radica en su carácter "mercurial". Por ejemplo, el clásico YSQ (ya-sabes- quién).
Sea por la devaluación global de las democracias, sea por los algoritmos que mueven la comunicación digital (premian la discordia y el infundio), o por cualquier otra razón fuera de mis capacidades analíticas, el hecho es que la frivolidad, la prepotencia y el egoísmo están de moda.
Lo dicho: si la política moderna se ha convertido en un circo, no debería sorprendernos que el poder lo detenten los payasos.
Hoy se trata de Veruca Salt, pero también podría ser la Reina de Corazones de Lewis Caroll. ¿Me miras feo? ¡Quítenle la visa!, ¿No obedeces? ¡Mándeles la Guardia Nacional! ¿Me desafías? !Bombas, muerte y genocidio contra los tuyos! ¿No me hacen caravanas? ¡Al diablo con su Cumbre!
Célebre por sus libros para audiencias infantiles -- entre otros, Matilda, Las Brujas y James y el Durazno Gigante --, en Charly y la Fábrica de Chocolate, Roald Dahl nos regala un emotivo relato sobre la extravagante generosidad de Willy Wonka, la glotonería de Augustus Gloop, el encanto bizarro de los Oompa Loompas, la frivolidad de Violet Beauregarde y, claro, la nobleza de Charlie Bucket. Un hermoso cuento que ilustra algunos de los valores morales que todavía eran populares al inicio de la década de los 60´s (el libro se publicó por primera vez en 1964). Nada que ver con estos tiempos interesantes.
Si de echar culpas se trata, podríamos invocar la brutalidad inequidad económica, esa brecha que en el último medio siglo se ha convertido en un abismo. También podríamos culpar la desvergüenza de la clase política del país A, del país B, C, etcétera. Por supuesto, los medios forman parte de los villanos favoritos. Lo mismo, la eterna excusa de culpar a las generaciones siguientes (o pasadas).
Probablemente también es cuestión de la manera en que formamos la memoria. Personalmente pienso en Kennedy y me cuesta pensar en frivolidad; me refiero a Cárdenas y no lo puedo vincular con la figura de un cacique; o Churchill y me pesa reducirlo a sus adicciones. En cambio, miro a las nuevas grandes figuras actuales: Putin montado a caballo y sin camisa. Trump con expresión de convicto en su fotografía oficial. Milei, con su motosierra. Sánchez y la endémica corrupción ibérica. Erdogan y sus desplantes. Los disparates de Meloni. Al Peje y lo que decía su dedito. Ay, qué pena.
A dónde hemos llegado. A reconocer nuestro tiempo en personajes caricaturescos y secundarios del universo mágico de Roald Dahl, aquel extraordinario escritor británico que, cosas de la vida, durante la Segunda Guerra Mundial fue espía al servicio de la Corona Británica en Estados Unidos.
Claro que podríamos retomar a Hobbes y su Leviatán, o los consejos el florentino daba a los Borgia. La política y sus líderes nunca han sido Hermanas de La Caridad. Es cierto que la fuerza ha sido siempre, o casi, la ley de la selva. Claro que, históricamente, la lucha por el poder ha sido brutal, siempre, o casi. Pero ¿al nivel de Veruca Salt?
Además, una cosa es la figura del junior al que su papito le cumple cualquier capricho (después de todo es una niña). Otra, muy distinta, es cuándo el egoísmo, las bravatas y las groserías se convierten en los emblemas del poder. Patético, cuando desde palacio el monarca se victimiza; cuando los que lo tienen todo satanizan y persiguen a los más débiles.
Es entonces cuando los Verucas del mundo dejan de ser personajes de caricatura para convertirse en monstruos de verdad. "Bad nuts".