Diseñadas para la guerra, las fuerzas armadas y personas con formación militar tienen una creciente participación en tareas de seguridad interna, policía y administración pública. Pregunta: dicho fenómeno ¿es causa de nuevos problemas, o más bien, es consecuencia de los viejos problemas?
Como en México con Felipe Calderón, López Obrador y Claudia Sheinbaum, el Presidente de Estados Unidos ha decidido apoyarse en la Guardia Nacional y otras agencias federales para hacerse cargo de diversas tareas no convencionales, como controlar la frontera sur, perseguir, arrestar y expulsar inmigrantes y, ahora, tomar el control de la "limpia" de Washington, Distrito de Columbia, la capital de su país.
En lo personal, educado bajo la sombra de la represión de 1968 mexicano, el ejemplo ominoso de las dictaduras militares en diversos países latinoamericanos, reconozco tener un sesgo intelectual contra la decisión de sacar a las tropas de los carteles.
Sobre todo, cuando se utilizan militares para proteger grupos criminales (ahí sigue el caso de "Los Arbolitos", el grupo paramilitar que servía al zar Antidrogas de Ernesto Zedillo). Sin embargo, no pude cerrar los ojos ante el hecho de que, en muchos casos y ante situaciones de crisis, una importante mayoría de la población está de acuerdo, e incluso aplaude, la intervención de una institución patriótica, de disciplina y de orden.
En otras palabras, respondo a mi propia pregunta con énfasis en el factor consecuencia. Ante el fracaso de la política, el desbordamiento de la corrupción y el avance de las fuerzas del caos, la tentación de utilizar a las instituciones militares suele suceder como una especia de "último recurso".
En el caso mexicano, más allá de la reiterada cantaleta contra "la guerra de Calderón", el hecho es que la participación militar ha sido generalmente bien recibida por las poblaciones a donde llegan; tanto que AMLO y la "Presidenta con A" han mantenido, e incrementado, su alianza con los señores verde olivo.
La decisión de Trump de recurrir a fuerzas federales para desplazar policías y autoridades locales --hay más de 3 mil cuerpos de policía en su país--, parece más como un primer paso más rumbo a la realización de sus sueños imperiales.
Ello, con independencia del evidente deterioro de las democracias alrededor del mundo y el regreso de la moda de liderazgos rupestres y autoritarios que utilizar el concepto de "El Pueblo" como una especie de referéndum permanente a su favor. Tanto el caso de Vladimir Putin como, sobre todo, el de Benjamín Netanyahu, son muy transparentes intentos del uso de la guerra y la violencia como un recurso para consolidar liderazgos supuestamente civiles.
Por supuesto que, aunque implique algunas ventajas en lo inmediato, la creciente intervención de instituciones militares en tareas para las que no fueron creadas representa un importante desafío en materia de gobernabilidad democrática (si ese fuera el objetivo). Para empezar, plantea el dilema de quién va a regresar a los militares a sus carteles, cuándo y a qué precio.