El 27 de septiembre de 1821 el Ejército Trigarante, encabezado por el general Agustín de Iturbide, entró en triunfo por las calles de la ciudad de México. Hubo discursos, banquetes, fiestas y desfiles para celebrar el acontecimiento, y hubo un Te Deum en la Catedral. Aquel día, México consumó su Independencia. Pero los mexicanos, extrañamente, no celebramos esa fecha, que marca nuestro nacimiento como país. ¿Por qué?
México tuvo varias historias oficiales —es decir, historias promovidas desde el poder— que compitieron en el siglo XIX. El país acababa de nacer, pero su historia todavía no estaba escrita. “Cuando la nación mexicana dejó de ser la Nueva España, no dejó de ser colonial”, escribió Justo Sierra. “El vínculo roto se retrajo, se contrajo, y el gobierno dejó de sernos exterior, pero la organización fue la misma”. En ese momento de nuestra historia, los mexicanos que formaban la elite del país estaban divididos respecto a la herencia que dejaba la Colonia. Unos pensaban que había que reivindicar y actualizar esa herencia, y legislar para tener leyes acordes con las costumbres y tradiciones de los mexicanos, que eran coloniales; otros juzgaban que había que romper con esa herencia, y legislar para tener leyes que, más que reflejar las creencias de los mexicanos, que eran en efecto coloniales, los educaran en ideales y valores que no tenían aún, con el propósito de transformar y modernizar a la nación. Los primeros fueron llamados conservadores; los segundos, liberales. Ambos tenían sus héroes y sus villanos, y leían con ojos muy distintos la gesta de la Independencia. Los liberales festejaban a Hidalgo, el autor del Grito de Dolores, el padre de la Patria; los conservadores celebraban a Iturbide, el creador de la bandera tricolor, el consumador de la Independencia, no a Hidalgo, líder de un movimiento, decían, “fecundo en sacrificios, en calamidades, en horrores de toda clase, pero estéril en su resultado”, en contraste con el de Iturbide, “enemigo de los insurgentes, amigo de la Independencia”.
Los liberales de la generación del 57 desafiaron el legado de la Colonia durante las guerras de la Reforma y el Imperio, en que derrotaron y desmantelaron aquel legado para construir en su lugar los cimientos de un país más justo y más libre, aunque también más individualista y menos solidario con las comunidades y los pueblos de México. Aquella generación, que canonizó a Miguel Hidalgo, estaba dirigida por un grupo de oaxaqueños de talento, liderados primero por Benito Juárez y luego por Porfirio Díaz. El liberador, el reformador y el pacificador, los llamó Justo Sierra. Hidalgo fue al fin, así, encumbrado a costa de Iturbide, quien no fue marginado del todo, pues participó en el desfile del Centenario, aunque su nombre no fue incluido en la Columna de la Independencia.
En 2021, México conmemorará los 500 años de la caída de Tenochtitlán y los 200 años de la consumación de la Independencia. Sabemos la forma en que el gobierno piensa recordar el primer suceso: ya pidió a España ofrecer una disculpa por la Conquista. Pero ignoramos la manera en que planea rememorar el segundo acontecimiento. ¿Celebraremos el triunfo de la Independencia?
Investigador de la UNAM (Cialc)
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