Los últimos días de la semana pasada terminaron llenos de noticias que van marcando el futuro comercial y económico del mundo, de México y de la relación del país con Estados Unidos.
Los aranceles trumpianos, la nueva pausa en el caso de México, los resultados de la Enigh, los datos de crecimiento —estancado en el país—; los del empleo en Estados Unidos, mal.
Y ayer, leo en The New York Times, otro dato que puede marcar las siguientes decisiones del presidente estadunidense.
“Los derechos de aduana, junto con algunos impuestos especiales, generaron 152 mil millones de dólares hasta julio, aproximadamente el doble de los 78 mil millones de dólares recaudados durante el mismo periodo del año fiscal pasado, según datos del Tesoro”.
Trump celebró el anuncio. Pues sí, la mala para quienes, como México, sigue esperando qué pasará con los aranceles y la revisión del T-MEC es que ese nuevo ingreso se hace adictivo para el habitante de la Casa Blanca. Es un triunfo que puede vender a su base como la efectividad de su estrategia.
Para colmo, en junio las remesas se redujeron 16 por ciento, según informó el Banco de México, el mayor descenso para el mismo mes del que se tenga registro. El miedo provocado a los migrantes tiene un efecto en estas transferencias que afecta a miles y miles de familias mexicanas.
Viendo lo que sucedió con los aranceles trumpianos a tantas regiones y países, no cabe duda de que la nueva pausa con México es una victoria para el gobierno y el país, pero una que también sigue teniendo costos. No tan altos como los aranceles, pero costos serios para una economía estancada.
El gobierno de la presidenta Sheinbaum ha propuesto programas para enfrentar este nuevo esquema comercial en el mundo, el Plan México, el principal. Pero a la fecha, las inversiones en dicho plan van apenas goteando; normal. Nadie va a meter dinero, a invertir, sin saber qué sigue, cómo quedarán los aranceles, cómo funcionará el Poder Judicial, si en verdad la estrategia contra la extorsión —que cuesta millones a empresarios— funcionará. Y, claro, la posible reforma electoral.
Salir de este laberinto no está siendo ni será sencillo.
Entre la herencia, la económica y la política, y el señor de Washington, seguimos en aguas turbulentas en las que no se ve destino.