“A nadie le importa cuánto sabes,
hasta que saben cuánto te importa”:
Theodore Roosevelt
El suicidio de una estudiante del ITAM ha puesto en la agenda pública el necesario debate sobre la salud mental de los jóvenes en nuestro país. No obstante, y como en otros temas, estamos entrando tarde y mal a este debate global. No se trata de estigmatizar instituciones o personas, sino de comprender los fenómenos de manera seria y estructural, para diseñar soluciones efectivas.
Veamos algunas cifras reveladoras. A nivel mundial, 14 por ciento de los suicidios juveniles están relacionados con estrés escolar (Frontiers in psychiatry). En Reino Unido, un estudiante se quita la vida cada cuatro días y el suicidio es la primera causa de muerte en personas menores de 34 años. En Estados Unidos, el suicidio es la 2da causa de muerte entre estudiantes universitarios y 40 por ciento de los estudiantes reportan sentirse tan deprimidos que no “funcionan” normalmente (American Foundation for Suicide Prevention).
En México, el suicidio es la tercera causa de muerte en la población de 15 a 24 años, sólo después de los accidentes (INEGI).
Para prevenir suicidios, las universidades han implementado diversos mecanismos: desde líneas telefónicas y chats para atención en crisis; clases sobre felicidad y psicología positiva; hasta la creación de institutos de investigación e intervención. Estos programas sin duda abonan, pero no atacan el problema de fondo: Un sistema académico hípercompetitivo y deshumanizado donde el fracaso no se tolera, solo importa sobresalir.
En una conferencia del Dr. Marc Brackett, director del Centro de Inteligencia Emocional de Yale, nos contaba una anécdota que muestra la estructura de incentivos que hemos creado en las universidades. Al impartir un taller sobre inteligencia emocional con profesores de la Escuela de Medicina, nos dice Brackett, “al final de la sesión se levanta un profesor, una vaca sagrada, y nos dice: Qué demonios le está pasando a Yale, nosotros no estamos aquí para ser buenas personas, nosotros producimos Premios Nobel”. Con esas exigencias, no sorprende que 60% de los estudiantes de Yale sufran ansiedad extrema. No son los únicos.