Al lado de Canary Wharf, en Londres, está un barrio llamado la Isla de los Perros, que en realidad es una península y el perro no es el bulldog alter ego de Churchill, sino uno cualquiera, de esos que trotan de noche sobre charcos.
La isla de los Perros tiene sus modos característicos, un estilo que contrasta con la progresiva sustitución de las casas por rascacielos bajo cuya sombra moran los insulares de los insulares. Es, si se quiere, un escenario en miniatura de lo que sucede en otras partes de Inglaterra.
Como acontece con muchos barrios, la isla está en proceso de cambio en un momento de gran incertidumbre nacional e internacional. De ser un barrio característico está gentrificándose. Los viejos habitantes son reemplazados por los moradores del mundo. Quienes ocupan los departamentos en Canary Wharf son profesionales. Financieros, nómadas, diplomáticos, investigadores, abogados, en fin, una ola de extranjeros que los viejos habitantes de la isla resienten.
Las finanzas en el Reino Unido (RU) no se recuperan colocando a Rachel Reeves, la ministra de finanzas, ante un problema que llegó para quedarse. El próximo presupuesto reflejará estas ásperas condiciones y la necesidad imperiosa de activar la economía. Los precios suben, la escasez de vivienda empeora, la infraestructura del país exige atención urgente en medio de un boquete de varios billones en el presupuesto público. Los laboristas heredaron el tigre y el problema de este verano es la exacerbación de la xenofobia etnonacionalista.
El rechazo contra la inmigración se vuelve más vociferante entre quienes temen que su integridad y la de los suyos está comprometida. Ya no se trata sólo de quejarse de lo que aducían era arrebatar el trabajo a los oriundos, sino que ahora se ha sumado la amenaza sexual. Los varones segregados por el departamento de inmigración son considerados focos peligrosos. Además de atacar a las mujeres, estas a su vez manifiestan su temor por la integridad de sus vástagos. En esta compulsión hay un elemento erótico inconfesable de deseo por la diferencia perturbadora, Tarzan y Jane vienen a cuento.
“Salvemos a nuestros hijos”, dice una pancarta. Es como si entre los refugiados hubiera antropófagos con predilección por bebés que se antojan como lechones.
En Didsbury, un fraccionamiento burgués al sur de Manchester, se congrega gente para protestar. Llevan símbolos de lo que consideran propio de la tribu original. Algunas señoras van envueltas en la bandera de San Jorge. También han venido quienes documentan la manifestación para luego subirla en la plataforma patriótica. Las cámaras de resonancia son importantes para difundir el mensaje que a fuerza de insistir se vuelve mantra.
Como el fuego, el odio se propaga rápidamente y crea nuevas razones por las cuales el invasor ya no es un ser humano sino una bestia y un criminal. El odio es atávico y se transmite de generación en generación. Los vástagos continuarán la iracundia racial de los progenitores que ahora se ejercita en Canary Wharf, Stockport, Aldershot, Leeds, Hull, Newcastle, Southampton y en Escocia, en Aberdeen y Falkirk para defender la cueva original.
Hace poco, en Epping un hotel destinado a recibir refugiados fue declarado inviable después de una fuerte movilización local. Haber ganado en la corte sienta precedente que en otras poblaciones se disponen a seguir.
En el RU hay 200 hoteles que alojan a 32 mil solicitantes de asilo y que cuestan al erario dos billones de libras anuales. Parte de la ira es el costo de mantener una política fallida, que alimenta nuevos focos de violencia. Habría que recordar que el fantasma de la inmigración ha puesto en crisis a varios primeros ministros que desde Theresa May hasta el presente han sido rebasados. La última iniciativa de los toris fue fletar aviones para llevarse refugiados a Ruanda, que a pesar de las violaciones a los derechos humanos alegaban era un lugar ideal para reunirlos mientras el departamento de inmigración revisa las solicitudes.
El refugiado es un chivo expiatorio, una víctima que debe ser consumida en el altar de la patria. Dos hombres asilados fueron acusados de asalto sexual. Ambos aducen su inocencia que los manifestantes rechazan dando pie para acusar a la justicia de duplicidad en el trato a los inmigrantes, un término ambiguo frecuentemente usado para referirse a musulmanes.
Como en otros sitios, en la Isla de los Perros se cree que el peligro de ser sustituidos por los inmigrantes aumenta cada día ante el incremento de pateras. Son miles los desesperados que arriesgan la vida, pero quienes están convencidos del peligro recurren a los símbolos tradicionales como la bandera de San Jorge y las llamadas “Unión Jack”, que fuera adoptada en 1801. La cruz de San Jorge, la de San Patricio y la de San Andrés señalan a Inglaterra, Irlanda del Norte y Escocia. Las banderas definen un territorio y una historia anterior al armagedón que Reform UK pinta. San Jorge, que venció al dragón, ahora debe combatir la inmigración.
“Ya basta”, dicen las pancartas. Uno puede imaginar un piquete similar contra el aborto. Es la misma mentalidad que añora una homogeneidad inexistente incluso en la aurora de la humanidad. Los abanderados lo son de una identidad arbitraria y excluyente, que rechaza todo lo que no sea un hipotético espíritu nacional, una identidad en el meollo del cogollo étnico, aunque el nacionalismo es un invento romántico. Antes las naciones eran parte de un conglomerado de lenguas y culturas diversas. Para separarse esas regiones debieron inventarse una tradición para crear la historia y con ello la integridad del territorio. Algunas de esas regiones aducían incluso su precedencia sobre el imperio.
En el caso de la Isla de los Perros las banderas afirman la identidad de un sitio que se quiere auténticamente inglés, pero la identidad nacional es tan diversa como lo son sus habitantes. Cada grupo deja su huella, contribuye a crear una cultura. Es imposible imponer una máscara como esencia de la identidad. Hay romanos y vikingos y normandos y anglosajones y gente de las colonias. Cada una de estas comunidades percibe los símbolos desde distintos puntos de vista.
El RU es desde hace siglos un espacio poroso. Ha sido la cabeza de un imperio en cuyo centro se alza la torre de Babel. Su cultura es diversa a grado tal que el plato nacional es el curry. Bombay está en Londres.
Al contrario de lo que creen los viejos habitantes de la Isla de los Perros, su agitación xenófoba no la distingue del resto de un continente también dividido ante la inmigración. La única novedad es que quienes están dispuestos a enfrentar al gobierno no sólo lo hacen en las calles, sino también en las cortes de justicia. A largo plazo significa una estrategia suicida sobre todo en campos tan precarios como la salud pública, pero el temor atávico y el deseo de homogeneidad alientan el sueño de la razón que produce nacionalistas.