La Guerra es en los corazones, en los salones de las casas señoriales, entre los pasos de baile y las pasiones que dirigen las vidas de la nobleza rusa. Las trincheras, el campo de batalla, las decisiones arbitrarias de Napoleón y las intrigas de los mariscales rusos son terreno predecible y seguro, es “Paz” piensa el príncipe Andréi Bolkonski. Regresa a la guerra herido de gravedad, tiene el corazón destrozado, va con la renuncia de quien ha sido dejado a un lado por sus ilusiones. La condesa Natasha Rostova, su prometida, el peso de esa palabra, la que le ha “prometido” que lo ama, que seguirá con él hasta morir, lo abandonó.
Es un juego siniestro, Natasha fue seducida por un noble, militar, guapo, varonil que se divierte con “jovencitas inexpertas”, después las deja, y busca otra más inocente, más bella, o se entretiene con una mujer casada. Hermano de la bella y promiscua Helena, son personajes dignos de Laclos y sus Relaciones Peligrosas. En la novela de León Tolstoi el amor es una fuerza más poderosa que la guerra, más sanguinaria, heroica. El amor a la Patria hace que los rusos resistan, lloran al dejar a la ciudad de Moscú le dicen “nuestra madre querida”, mientras Napoleón piensa en conquistar naciones, extender su nombre y marcarlo con sangre.
Las trincheras son espantosas, los cuerpos retorcidos de soldados muertos, el lodazal de los deshielos, no hay vida suficiente para soportar el suplicio de pelear contra el miedo y el enemigo. Tolstoi vacía sus ideas existenciales en los pensamientos de los personajes y describe esos viajes vertiginosos en los momentos de crisis. La existencia transcurre en la menta en unos instantes, sin saber cómo va a terminar esa historia. Nikolái Rostov rescata la bandera de su ejército para evitar que caiga en manos del ejército francés. Sabe que Napoleón se vanagloria de robar las banderas de sus enemigos. Herido cae del caballo, no suelta la bandera, tiene rota la mano, oye los estruendos de las municiones, mira a un soldado francés apuntándolo con su bayoneta, piensa “Me va a matar” y recuerda “El amor que le profesaba su madre, su familia, sus amigos y la intención de sus enemigos de matarle le parecía mentira”.
El amor lo sostiene en la vida, en el presente, la guerra no es motivo suficiente para morir si se es amado. En esa fuerza, concentrado en ese pensamiento, los soldados franceses lo dan por muerto. En medio del fragor de la guerra, del olor a sangre y pólvora, de los gritos de los heridos, en la incertidumbre de lo que seguirá, el joven conde Rostov piensa en los seres que lo aman y eso lo hace digno de vivir. El contraste de Guerra y Paz es que el amor es más fuerte que la violencia de la guerra, la feroz rapiña de los soldados franceses, los cosacos y los campesinos rusos en la desolación y el caos. Los personajes sobreviven, obligados a mirar adelante, aman a su familia, están enamorados, aman a Dios, a la vida, a sus placeres y desconciertos. Ganar esa guerra tiene la paz como recompensa.