Política

La guerra y nosotros

  • Columna Invitada
  • La guerra y nosotros
  • Antonio Nájera Irigoyen

Semanas atrás, conversando sobre la Primera Guerra Mundial, D. se preguntaba cómo era posible vivir en una situación como ésa. Yo argüí las muchas realidades que coexistían en aquel momento: 1918 no era sólo la guerra. A poco más de cien metros de las trincheras, los Estados Mayores no sólo planeaban la dirección de las operaciones, también recibían familiares, corresponsales y políticos, con los que departían y jugaban al bridge al calor del champán. El ejército raso no se quedaba atrás: encontraba solaz escribiendo cartas, jugando deportes o consagrándose al aguardiente. Se continuaba, pese a todo, con la vida.

En las capitales europeas la cosa no era distinta: los hoteles de las grandes ciudades se convirtieron en verdaderos centros de reunión. Había escasez, sí, pero no faltaba diversión. En todo París —refiere en sus diarios Henry “Chips” Channon—, no se sirvió durante aquellos años mantequilla, queso y azúcar. Pero París continuaba igual, con sus recepciones e intrigas, donde era igualmente importante conocer el avance de las tropas alemanas que la última infidelidad de la marquesa Fulana de Tal. Incluso un arribista de la talla de Chips Channon estaba consciente de esta paradoja. Al punto que, borracho de su habitual cinismo, escribió: “Me deslizo sobre océanos de placer, mientras que el mundo está sufriendo y de luto. En este mundo lleno de miseria, ¿es un pecado una gota de felicidad?”.

Este escenario de realidades múltiples, donde conviven el deleite y la guerra, no es del todo diferente al de México, donde nos hemos acostumbrado a vivir y ser felices pese a los muertos. Al tiempo que escribo esto desde la capital del país, a menos de cien kilómetros, hay porciones de territorio donde suceden holocaustos de proporciones bíblicas. Y abrimos el periódico por la mañana y nos lamentamos y seguimos con el business as usual.

Se asume en ocasiones que lo anterior es malo, como si seguir adelante con nuestras vidas no fuera el primer triunfo de la voluntad sobre la muerte. Algunas voces han observado indolencia en este fenómeno: nos acusan de tocar la flauta mientras incendia Roma. Otras, aún más puritanas, invocan frivolidad en todo aquel que no consagra su vida —a solis ortu usque ad occasum— a la denuncia, el combate o la plena militancia.

Olvidan lo fundamental: cumplir con los deberes cotidianos ya es, para muchos, un acto de resistencia frente a la hidra de mil cabezas.

Antonio Nájera Irigoyen


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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