Política

Llueve y todo mal

Todas las mañanas, cuando enciendo el televisor, me quedo con la sensación de que vivimos en el peor de los países y de que nuestro gobierno es una mugre.

¿Por qué? Porque las narrativas de un alto porcentaje de las producciones que vemos van de lo más escandaloso a lo más tendencioso.

No importa si los conductores cantan, bailan, se saludan con amor o cuentan chistes. El balance siempre es oscuro y los comentarios, peores.

Yo ya no sé si los jefes de redacción le ordenan a estas personas que se quejen de todo, si lo hacen porque creen que eso es lo que se debe hacer o si esto ocurre por costumbre.

Ver la televisión (y la radio con cámaras) por las mañanas es un infierno.

Me encantaría hacerle como muchas personas que, de plano, ya no ven noticias pero no puedo. Por mi trabajo, por mi estilo de vida, estoy condenado a comenzar el día en negativo.

¿A razón de qué o como por qué le estoy señalando esto? Porque desde la tormenta histórica que se vivió en Ciudad de México la noche del domingo 9 de agosto, esto se ha convertido en tierra de nadie.

Si nos quejábamos de que el 19 de septiembre de 1985 el mundo creyó que la capital del país, toda, había desaparecido por el temblor. Ahora, que se supone que aprendimos ésta y muchas otras lecciones, la idea es hacerle creer al mundo que los habitantes de Ciudad de México moriremos ahogados por las inundaciones.

Y, lo más hilarante, que el gobierno de Clara Brugada tiene la culpa.

Me encantaría que viviéramos en los años 90 para poder exponer las crestomatías con las estupideces que las conductoras, los conductores, sus reporteras, sus reporteros y hasta las personas encargadas de dar el clima han dicho en la última semana.

Pero como vivimos tiempos de alta censura (y no por las autoridades sino por las muy cuestionables reglas de los algoritmos que nos rigen hoy), esto ya es imposible. Ni siquiera se puede criticar bien.

He presenciado un carnaval de irregularidades verdaderamente épico.

Desde sofisticados reportajes “históricos” diseñados con el objetivo de probar que la capital del país volverá a ser un lago inhabitable y que lo que estamos viviendo es sólo el principio de lo que vendrá, hasta reseñas de lo mal que están el aeropuerto y las estaciones del metro.

Es de una agresividad descarada ver a las reporteras y a los reporteros abordar a las pasajeras y a los pasajeros en el aeropuerto no entrevistándolos, confrontándolos para que digan que como todo está mal, el aeropuerto de la Ciudad de México es una vergüenza mundial.

A mí me da entre rabia y risa (y me encantaría poderle transmitir estas otras imágenes) recordar que esas mismas televisoras, cuando hablan de lo que pasa en los aeropuertos de Estados Unidos cuando hay tormentas de nieve, que es mil veces peor, lo hacen con respeto y sin obligar a nadie a decir nada malo de esos espacios.

Lo del metro es imperdonable porque cae en la promoción del miedo, de la histeria colectiva. Es más o menos igual que con el aeropuerto pero mezclando la gimnasia con la magnesia.

Como el sistema de transporte colectivo de la Ciudad de México estuvo abandonado durante décadas (en las que ningún canal de televisión se quejó de nada) y como recuperar aquello es una labor millones de veces más titánica que la del lentísimo rescate de la Catedral cuando estuvo a punto de partirse en dos porque se estaba hundiendo mal, el metro es una mina de oro para las quejas.

¿Qué hacen nuestros “bonitos” noticiarios? Exactamente lo que nos dicen que no hagamos con las redes sociales: toman el primer video apocalíptico que les mandan o que encuentran y sin consultar la fuente, sin darle crédito a nadie ni comprobar nada lo sacan al aire para que se vean los chorros de agua.

Corte a: ¿Qué hacen cuando hay chorros de agua en el metro de otras ciudades como Nueva York o Madrid? Nada.

Lo que en Estados Unidos y España es una nota de color sobre el clima aquí es: “¡Maldito gobierno!” “¡Son unos ineptos!” “¡Qué vuelva la derecha!” “Estábamos mejor con Díaz Ordaz!”

Y ni hablemos de los baches porque entonces sí no vamos a acabar nunca. Nuestra prensa profesional no quiere informar, quiere alarmar, quiere “views”, quiere “likes”.

Nuestra prensa profesional no quiere ser prensa profesional, quiere ser “influencer”.

¿Por qué no informan rápido, así, al minuto, de la entrega de apoyos de emergencia por las lluvias en alcaldías como Venustiano Carranza?

¿Por qué no hablan de todo lo que nuestras autoridades, comenzando por la mismísima Clara Brugada, hacen por sacar adelante a la capital de la nación desde el momento mismo en que comienza a llover?

Urge replantear las narrativas de las noticias en nuestros medios de comunicación.

Primero, por la más elemental ética. Segundo, porque tarde o temprano se van a quedar solos. Y tercero, porque el daño que le hacen a nuestra salud mental es imperdonable. ¿O usted qué opina?


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Álvaro Cueva
  • Álvaro Cueva
  • [email protected]
  • Es el crítico de televisión más respetado de México. Habita en el multiverso de la comunicación donde escribe, conduce, entrevista, da clases y conferencias desde 1987. publica de lunes a viernes su columna El pozo de los deseos reprimidos.
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