¡Atención personas del colectivo LGBT! ¡Atención gays! ¡Atención lesbianas! ¡Atención parejas heterosexuales! Si no van a ver “Sexo y otros finales tristes” se van a perder de algo importante.
¿Qué es esto? Una de las más grandes innovaciones del teatro mexicano de los últimos años.
Es una obra, pero no es una obra. Es una trilogía, pero no es una trilogía. Es teatro de corta duración, pero no es teatro de corta duración.
Iván Bronstein, el autor y director de esto, acaba de hacerle una aportación fundamental al teatro de este país.
Se lo explico en tres patadas: “Sexo y otros finales tristes” cuenta, en 15 minutos, una historia completa, compleja, tremenda, con sexo, con la que muchas personas se van a identificar. ¡Brutal!
Si usted va al teatro, la va a poder ver protagonizada por una mujer y un hombre.
Pero en cuanto acaba, la va a poder ver protagonizada por un hombre y otro hombre.
Y después, la va a poder ver protagonizada por una mujer y otra mujer.
Usted sabe si va a la función heterosexual, a la gay, a la lésbica, a dos o, como yo, a las tres.
El resultado es una bomba que explota en el cerebro con una fuerza escandalosa.
¿Por qué? Porque la historia es buenísima. Porque viéndola una vez, usted tiene material para pensar, para llorar y gritar.
Pero cuando usted la ve con otro tipo de pareja, puede llegar a enloquecer.
Sí, amor es amor, una pareja es una pareja, pero es escalofriante mirar cómo, lo que en una pareja heterosexual es fundamental, en una pareja gay se va por otro lado tal vez peor y en una lésbica, por otro todavía más rudo.
“Sexo y otros finales tristes” dice cosas que se tenían que decir sobre las relaciones de pareja hoy. Las caras del público son de no creerse y al final, todas y todos nos quedamos con ganas de hablar, de discutir, de contar cosas personales.
Es terapéutico. Y las audiencias van cambiando dependiendo del tipo de pareja. ¡Increíble!
No, pero espérese. Todavía no le he dicho nada. Como esto es teatro de poca duración, se presenta en un lugar que alguna vez fue una casa. En una recámara. En este caso muy específico, en un cuarto de azotea.
¿Sabe usted lo que es mirar semejante espectáculo en un espacio tan pequeño con un público muy, muy, pero muy reducido.
Se sienten las hormonas. Huele el sudor. En una de las funciones que vi, hasta hubo sangre.
Y no sé usted, pero yo jamás había visto una obra donde dos personas estuvieran teniendo sexo en vivo a diez centímetros de mis rodillas. Sexo heterosexual, sexo gay y sexo lésbico.
A esto súmele los alaridos, los golpes, los objetos que salen volando. Yo debo ser una criatura anormal, pero le juro que me costaba mirar a los ojos a los actores mientras estaba ahí porque no es como ir al teatro.
Es meterse en la intimidad de dos seres humanos, en sus cuerpos, en su alma.
¿Qué es lo que nos une a heterosexuales, gays y lesbianas? ¿Qué es lo que nos separa? Aquí está todo eso y mucho más expuesto con la más clara de las verdades.
¿Pero sabe qué es lo más admirable? El trabajo de las actrices y de los actores. Lo que hacen no es una actuación “normal” para teatro. Es actuación crossfit para teatro: en cuestión de segundos se encienden, se apagan, tienen un ataque de ira, otro de lujuria.
Me pongo a pensar en su desgaste físico y emocional, y quiero correr a abrazarlos.
Carlo Guerra me dejó con la boca abierta. Laura Elena Sada hace un trabajo impresionante. Emilio López Luna es una revelación. Y Paola Moz, es enorme.
Por lo que más quiera en la vida, vaya a verlos porque, tal y como se acostumbra ahora, su temporada va a ser cortísima.
Y si usted es periodista, influencer, crítica o crítico, con más ganas. Aquí hay un cambio en el teatro mexicano que urge conocer, apreciar, reconocer y difundir.
Sería penosísimo que se perdiera en la inmensidad de la nada.
“Sexo y otros finales tristes” se presenta hasta el 31 de agosto en Teatro Contrarreloj, un espacio dignísimo de la colonia Escandón de Ciudad de México. Consulte redes sociales. Le va a gustar. De veras que sí. ¡Felicidades!