El fusilero duda que sea una exageración decir que el primer libro que leyó completo, sin ser parte de la tarea o de alguna instrucción materna, por el puro placer, fue Viaje al centro de la Tierra, de Jules Verne, en la práctica edición de Porrúa, portada rojiblanca y las obligadas dos columnas por página. Allá por los años de secundaria en que lucía más atractiva esa historia que la del tabicón del mismo sello, verdiblanco, con el título El ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, ese sí encargo ineludible en la clase de español.
Verne volvió al librero de casa como autor de varios títulos incluidos en la colección “Las grandes novelas de aventura”, lanzada por Orbis a mediados de los 80, en la que alternaba con otros grandes del subgénero como Emilio Salgari, Walter Scott, Jack London, Mark Twain, Jonathan Swift y Herman Melville, entre muchos otros narradores que conducen a viajes extraordinarios en tierras lejanas y exóticas, arte que cultivaba con éxito el visionario francés a quien una parte del mundo francófono insiste en ver, inexplicablemente, como un escritor menor.
Por eso el lanzamiento en México de una selección de la obra de Verne por el sello RBA, inspirado en la edición ilustrada original de Pierre-Jules Hetzel en el siglo XIX, representa una gran noticia para los lectores del hombre que anticipaba el futuro, en una colección que tiene 62 volúmenes en su orden natural publicado en España.
El primer título es precisamente Viaje al centro de la Tierra, pero incluyendo un valor agregado consistente en dos relatos adicionales, “Un drama en México” y “Diez horas de caza”, desconocidos para el fusilero pillado en falta en esta obra bellamente impresa y encuadernada por Impresia Ibérica e ilustrada por M. Riou.
“Un drama en México” comienza con el recorrido del navío El Asia y el bergantín de ocho cañones La Constancia, que acusaba síntomas de indisciplina contra el capitán Ortega la tarde del 18 de octubre de 1825, cuando sumaban ya seis meses de su salida de España con tripulaciones mal alimentadas, mal pagadas y abrumadas de fatiga.
Por temor a arruinar la delicia de leer el relato, aquí solo se retomarán no la trama sino algunas descripciones del narrador y de los personajes sobre las regiones mexicanas que contextualizan la aventura:
“De los cuatro puertos que México tiene en el océano Pacífico, San Blas, Zacatula, Tehuantepec y Acapulco, este último es el que ofrece más recursos para los buques. La ciudad, mal construida, es además insalubre.”
“Los habitantes de Acapulco alarmados (…) se prepararon para todo evento, porque la nueva confederación temía todavía, son sin razón, la vuelta de la dominación española (…) el gobierno mexicano no tenía un buque a su disposición para proteger sus costas”.
“Entre el puerto de Acapulco y Ciudad de México, distante uno de otro ochenta leguas, los accidentes del terreno son menos bruscos y los declives menos abruptos que entre México y Veracruz (…) Precisamente el camino de Acapulco a México ofrecía puntos de vista, sistemas particulares de vegetación, que llamaban o no llamaban la atención a dos jinetes que cabalgaban uno junto a otro”.
“La inmensa llanura de Chilpancingo, donde reina el más hermoso clima de México, no tardó en extenderse hasta los límites extremos del horizonte (…) —¿Dónde dormiremos esta noche? —preguntó Martínez. —En Taxco —respondió José—, que comparado con estas aldeas es una gran ciudad”.
“Poco después se levantaba delante de ellos el inmenso cerro de Popocatépetl, de tal altura, que la vista se perdía en las nubes buscando la cima de aquel monte (…) Para hallar el camino les fue preciso subir una parte de aquella montaña de 5 mil 400 metros de altura que, llamada la Roca humeante por los indios, muestra todavía las señales recientes de explosiones volcánicas”.
La llegada a Ciudad de México con el desenlace de la aventura se lo queda a deber el fusilero, por bien de usted, amable lector, que acaso se interese en volver a un clásico de la literatura universal.
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