Ahora que el Presidente advirtió que viene una nueva cruzada de “pobreza franciscana”, como si México no arrastrara cinco décadas navegando en una especie de recesión permanente y tres años y medio de austeridad que por lo menos su familia y la clase política no cultivan, saltaron unas líneas de Stefan Zweig en su volumen El legado de Europa, editado por Acantilado.
En el capítulo “¿Es justa la historia?” el austriaco dice que el poder es la materia más misteriosa del mundo y se explica: “Ejerce una atracción magnética sobre el individuo y una atracción sugestiva sobre la masa, que rara vez pregunta dónde se ha adquirido ese poder y a quién se le ha quitado, sino que simplemente acepta ciega su existencia como una potenciación de su propia existencia”.
Zweig reflexiona que la propiedad más peligrosa de los pueblos ha sido someterse voluntariamente a su yugo y precipitarse entusiasmados en la esclavitud. Y sobre todo en la esclavitud del éxito, porque, dice, en cada época sigue vigente esa “cruel máxima” de que a quien tiene, se le dará aún más, pero con un elemento adicional: también la historia, que debería ser desapasionada, clarividente y justa, tiene la tendencia, a posteriori, de dar a quien en la vida real ya recibió en abundancia.
Este efecto sobre los famosos, siempre citando al célebre biógrafo, acumula además la leyenda a su fama real, y cada uno de los personajes grandes aparece en la óptica de la historia casi siempre mayor de lo que fue en realidad. Por eso recomienda no leer la historia de un modo crédulo, sino con curiosidad y desconfianza, porque suele secundar la profunda inclinación de la humanidad a la leyenda, al mito, a la exaltación de unos pocos héroes hasta la exageración. Entre poder y moral rara vez existe conexión, más bien se da un abismo infranqueable.
Zweig, nacido en Viena en 1881, se suicidó en Brasil en 1942, en plena Segunda Guerra Mundial. Su amigo editor Richard Friedenthal reunió en el volumen aquí citado distintos ensayos en la búsqueda de reconstruir desde el espíritu esa patria, ese continente fragmentado por la conflagración, con sentidos homenajes a Montaigne, Rilke y otros, con una mirada que cobra vigencia irrebatible.
Alfredo C. Villeda@acvilleda