Cuando empieza a disiparse la polvareda que dejó el apabullante triunfo de Claudia Sheinbaum en la elección presidencial es oportuno atender tres aspectos que van en sentido contrario a la razonable crítica sobre los temores que despierta un poder total en manos de una presidenta y de una fuerza política y sus aliados.
Una primera diferencia entre Sheinbaum y el presidente Andrés Manuel López Obrador, cualitativa por donde se le mire o escuche, si se me permite, es que el dominio del inglés de la doctora le ha permitido desde el lunes pasado, pero sobre todo ayer, mantener comunicación directa con jugadores de grandes ligas del ámbito internacional: Joe Biden, Emmanuel Macron, Kristalina Georgieva, Ajay Banga y Mathias Cormann, entre otros.
El dato, que puede parecer menor a algunos y quizá hasta prescindible a otros, sobre todo a los monolingües, no es cosa menor, porque el mensaje con sus interlocutores es que además de poseer grados que su antecesor no tiene, puede sostener una comunicación fluida directa y echar mano de ella en momentos como el presente, en el que debió calmar a la comunidad internacional financiera con el compromiso de que habrá cooperación y responsabilidad.
Un segundo tema, de no menor importancia, es el mensaje que envía el coordinador del equipo de transición de Sheinbaum, Juan Ramón de la Fuente, quien contra su costumbre ha fraseado de la manera más clara que el gobierno entrante privilegiará el diálogo y respetará los derechos de las minorías políticas, sin dejar, obvio, de ejercer sus mayorías, que van más allá del Congreso, porque recordemos que se llevaron casi todo en la elección.
La tercera señal tranquilizadora de esta semana salió de la propia Sheinbaum ayer, cuando además de llamar a la calma a los directivos de FMI, BM, OCDE y Black Rock, aseguró que ella prevé unas reformas derivadas del diálogo, de la discusión, de un parlamento abierto, con lo que quizá atempere los ánimos bélicos de personajes como Gerardo Fernández Noroña, Mario Delgado y Citlalli Hernández. El primero ya prefigura una gestión en modo Fidel Castro para la 4T y el segundo, ensoberbecido con la paliza a la oposición, hasta pendenciero resultó.