Se suele decir con no poca justificación que la libertad de expresión o la libertad sin adjetivos es la primera víctima de disposiciones demenciales como la fetua que el régimen iraní de finales de los ochenta impuso para exigir la cabeza de Salman Rushdie, a cambio de tres millones de dólares y el favor de Alá, por la publicación de su novela Los versos satánicos.
Pero durante los primeros cuatro años viviendo en la oscuridad, atrapado entre temores fundados e infundados y un desorden de gobiernos por no saber cómo reaccionar ante semejante despropósito fundamentalista con tintes de peligro real, empezando por las autoridades británicas, Rushdie debió afrontar el asesinato del traductor de su novela al japonés, Hitoshi Igarashi, en 1991.
En una carta abierta al pueblo de Japón, en julio de 1992, Rushdie dice que es importante no acostumbrarse a lo intolerable. “No conocí al profesor Igarashi, pero él me conocía, porque traducía mi obra. La traducción es una especie de intimidad, una especie de amistad, y por eso lloro su muerte como lloraría la de un amigo”.
En un texto de 1993, titulado “El último rehén”, escribe: “Sospecho que, como no me han matado, mucha gente cree que no hay nadie que trate de matarme. Mucha gente piensa probablemente que todo es un poco teórico. No lo es”. Y recuerda el crimen contra el traductor japonés y el atentado fallido contra el traductor al italiano: “Todo eso no tiene nada de teórico”.
Cuando cumplió cuatro años la fetua, el novelista decía que veía una victoria y una derrota. “¿Por qué una victoria? Porque cuando el 14 de febrero de 1989 supe la noticia de Teherán, mi reacción inmediata fue: soy hombre muerto”. Después recordó que nunca se arrodilló y pensaba: “Si hay dios no creo que le molesten mucho Los versos satánicos”.
En 2015, en la FIL Guadalajara, Rushdie me dijo sobre los 27 años transcurridos desde la sentencia: “Los chicos malos ganan a menudo, pero hoy tengo el gusto de reportar personalmente que en este caso no fue así”. Ayer fue apuñalado en Nueva York y lucha por su vida.
@acvilleda