La apropiación y resignificación de los símbolos patrios por parte del movimiento feminista han provocado el rechazo de quienes aún encuentran un sentido superior en “lo mexicano”, contenido en tres colores, un puñado de rostros y nombres y monumentos. La indignación viene no sólo desde el macho que encuentra el revés de sus aspiraciones en todo lo que hagan o no las mujeres y sus movimientos, sino desde la idea instaurada desde el poder en turno de que la grandeza de México –lo que sea que eso signifique– se funda en una narrativa de arrojo incuestionable a la que todxs debemos respeto.
Si las administraciones anteriores centraban sus esfuerzos simbólicos en construir la idea de un futuro próspero basado en el esfuerzo y trabajo de hoy, el gobierno en turno parece empeñado en refundar la idea lo mexicano desde el anquilosado texto de una efeméride escolar en el que las pasiones humanas se reducen al honor, la gloria y la incorruptibilidad, depositadas, finalmente, en colores, signos y poemas que, honestamente, no se comprenden del todo.
Ejercicios de deconstrucción como el de la artista Elsa Oviedo generan una “indignación” que olvida (o simplemente desconoce) que durante muchos años el terror significa toparse con una camioneta en cuyo medallón, un escudo mexicano atravesado por un cuerno de chivo se remata con las siglas CJNG. El rojo que simbolizaba “la sangre de nuestros héroes” ya cambió por la sangre de un país que suma desde el inicio de la narcoguerra más de 250 mil muertxs. La artista propone morado equidad. Quien por eso se ofenda ha vivido en otro México, uno donde la muerte y el abaratamiento de la vida no han triunfado aún: tal vez ése aún pueda rescatarse sin lumbre, cantando el himno.
@eljalf