Quiero creer que todo estudiante que haya pasado por la Facultad de Humanidades o el Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias de la Universidad Veracruzana, y haya conocido a la doctora Esther Hernández Palacios, la admiró profundamente.
Y sintió su muerte más allá del ámbito académico; como la pérdida de una persona entrañable y generosa, querida. Además de su destacada vida académica, sus publicaciones, libros, rescates y trabajo crítico, la doctora Hernández Palacios representa el perfecto dechado de una investigadora comprometida con sus estudiantes y su institución, y también con una idea muy clara de lo que es urgente y necesario criticar y pensar más allá de los cubículos y las aulas.
Luego de que fuera terriblemente alcanzada por la violencia que desde hace tanto lacera al país y particularmente a Veracruz, de su devastador “Diario de una madre mutilada”, acompañó a familias de desaparecidas y desaparecidos y organizó encuentros y seminarios por la paz que reunieron activismos y academia en los momentos más recalcitrantes del Duartismo.
Yo siempre recordaré su generosidad y su genial lectura de la poesía mexicana del XIX y el XX y su trabajo que rescató voces femeninas obliteradas por la historia, y su apertura a nuevas lecturas críticas sobre poetas consagrados. En algún seminario de estudiantes de posgrado, defendí el ritual pornográfico en la poesía de Efrén Rebolledo y ella me ofreció sus impresiones sobre unas “imágenes de primavera” japonesas que no estaba segura si fueron traídas a México por Rebolledo o Tablada, a quien estudió durante una estancia en Nueva York, con el apoyo de la Fundación Fulbright.
Platicar con ella siempre era una maravilla. Cuando llegué a Xalapa, se ofreció a ayudarme a encontrar un lugar decente donde vivir, y en el peor momento de mi depresión, cuando escribía en Facebook las crónicas de mi desdicha, siempre me escribió un mensaje preguntando cómo me sentía y ofreciéndome ayuda.
Supongo que los grandes maestros, las grandes maestras (cliché innegable y por lo tanto verdadero) van más allá del aula.
De ella aprendí que la literatura y la poesía son necesarios en tiempos convulsos y en verdad pueden salvarnos. Grande, siempre, la doctora Esther.