Era la época en que recién los Talibanes se habían hecho del poder y gobernaban con mano férrea en Afganistán. Por alguna razón, uno de sus militantes fue encerrado por sus propios compañeros en prisión. En la celda solo había un diccionario. Por pura curiosidad abrió al azar el libro y encontró una palabra extraña: Jesucristo. El hombre aquel leyó la definición: “Según la fe cristiana, Dios hecho hombre quien murió en la cruz a fin de pagar por los pecados y ofrecer salvación eterna. Resucitado al tercer apareció a sus seguidores durante 40 días, para después ascender al cielo”.
Impactado por lo que acababa de leer, clamó y dijo: “Si tú eres Dios y esto que dice aquí es verdad, te pido que me perdones y me salves”. Al poco tiempo fue dejado en libertad, pero algo profundo había ocurrido en su alma. Este hombre había experimentado algo que la religión no le había dado.
En su interior sabía que Dios lo había escuchado y que había sido perdonado. Él quería indagar más acerca de Jesucristo, y sabedor de que si expresaba esta inquietud sería condenado a muerte, huyó a Pakistán.
Al llegar a aquel país anduvo de vagabundo. Pasados unos días conoció “por casualidad” a un grupo de cristianos a quienes contó su historia. Ellos le regalaron una Biblia y le mostraron diversos pasajes que ampliaban lo que él había leído en el diccionario. El hombre no podía estar más feliz. La Biblia se convirtió en su posesión más preciada. Su fe en Jesucristo se reafirmó, y desde entonces desarrolló una relación personal e íntima con su Salvador.
Lo interesante de esta historia es que sin importar cuan lejos estemos de Dios, él sigue buscándonos a veces de maneras sorprendentes e inesperadas. Quizá el hecho de leer esta colaboración despierte en ti el interés de conocer al único que tiene el poder de perdonarnos, salvarnos y transformarnos.
El apóstol Pablo escribió: “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo. Porque en Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad”, Colosenses 2.8-10.
“Completo en Cristo”. No hay otra manera. Clama a Él y lo verás.
Alejandro Maldonado