Dentro de cada adulto enfermo, hay un niño preguntándose qué fue lo que le pasó. Esa frase no solo resuena, sino que también invita a reflexionar.
¿Qué nos llevó al punto en el que estamos hoy? Esa es la pregunta que con frecuencia escucho de mis pacientes cuando reciben el diagnóstico de una enfermedad crónico-degenerativa. ¿Se pudo haber evitado? La respuesta, la mayoría de las veces, es que sí, podía haberse evitado o al menos retrasado.
¿En qué momento dejamos de cuidarnos? Este mes del niño, te invito a dar un salto al pasado, a esa etapa donde todo fluía mejor. ¿Recuerdas cómo era de niño? Despertarte con ilusión, jugar al aire libre, reír a carcajadas, asombrarte por lo nuevo, buscar abrazos, correr, pintar, explorar... Todo eso no solo te hacía feliz, también te mantenía saludable.
Con el tiempo, dejamos atrás estas actividades y las reemplazamos por estrés, sedentarismo y pantallas. Sin darnos cuenta, la vida adulta nos desconecta de lo que nos hacía sentir vivos.
¿Qué podemos aprender de nuestra niñez? Nuestro "yo" de hace algunos años (o décadas) guarda las claves para una vida saludable. Revisitemos las actividades que una vez hicimos de forma tan espontánea y natural.
Dormir temprano: Aunque de niños lo veíamos como un castigo, esa regla de ir a la cama temprano nos ayudaba a mantener un buen ciclo de sueño. Antes era clave para crecer, pero ahora es importante para nuestra salud mental, física, hormonal y muscular.
Salir a movernos y jugar: Nos encantaba movernos por nuestra cuenta, sin reglas. Tener un parque cerca, llevar una pelota o simplemente ir con un amigo, era más que suficiente para una tarde llena de aventuras. Hoy, aunque a veces pensamos lo contrario, el ejercicio no tiene que ser algo rígido. Puede ser tan sencillo como en aquel entonces.
Reír, sorprendernos y disfrutar: La felicidad y el asombro tienen un impacto directo en cómo nos sentimos. ¿Sabías que de niños nos reímos entre 300 y 400 veces al día, pero de adultos apenas llegamos a 10 o 20? Es hora de cambiar eso. Disfrutemos más, la felicidad está ahí, lista para que la encontremos.
Conectar en persona: Los abrazos y pasar tiempo con la familia son igual de importantes que cualquier dieta, rutina de ejercicio o suplemento. De niños la idea de estar solos era impensable. Hoy, aunque las redes nos mantienen más conectados que nunca, la soledad sigue en aumento. Cuando hay un problema, ahora se recurre al alcohol o la soledad, y eso nos está matando. No lo olvides: la conexión en persona es clave, los abrazos sanan y la compañía nos da vida.
Crear y explorar: Pinta, cocina, planta algo… vuelve a ser curioso, prueba cosas nuevas, equivócate y diviértete en el proceso.
Pensemos un momento: Si el niño que fuimos nos viera hoy, ¿qué pensaría? ¿Le emocionaríamos o le entristecería vernos atrapados en el estrés y la rutina? Reconectar con nuestra niñez no solo es un ejercicio emocional, también es preventivo. Las enfermedades crónicas no surgen de la nada; son el resultado de años de malos hábitos.
Te propongo un ejercicio simple, haz una pausa y pregúntale a tu niño interior qué pensaría al verte hoy. ¿Te sentirías motivado para cambiar algo? Escúchalo, porque en esa versión joven de ti está la clave para una vida más plena y feliz.
Vuelve a disfrutar esas pequeñas cosas que solías amar. Si te cuidas como cuidarías a un niño, podrías prevenir enfermedades crónicas y debilitantes. Al final te estarás regalando lo más valioso: vivir más y mejor.
