A la Capilla Sixtina entraron 133 cardenales y salieron 132, más un papa.
La fumata blanca que salió de la Capilla Sixtina anunció un nuevo capítulo en la batalla interna más compleja que ha vivido la Iglesia Católica en décadas.
Robert Francis Prevost, el cardenal estadounidense que ahora se llama León XIV, no estaba en las apuestas fuertes del cónclave y sin embargo, fue él quien terminó conquistando los votos necesarios. Se eligió a un pontífice nacido en Chicago, formado en Latinoamérica y afinado en Roma.
El nombre que eligió no es menor. León XIV, en clara referencia al papa que metió a la Iglesia en el debate social y laboral del siglo XIX. Ese guiño, sumado a su primera frase desde el balcón (“La Iglesia no es una fortaleza, sino una casa con puertas abiertas”), deja claro que no viene a decorar la curia, sino a abrirla.
Prevost fue el encargado de seleccionar a los nuevos obispos, es decir, que lleva años metido en la ingeniería del poder eclesial. Sabe cómo se mueve, quién se mueve y quién estorba. Pero, a diferencia de muchos burócratas vaticanos, trae calle. Estuvo más de una década como obispo en Perú, conoce la pobreza, la violencia y la fe.
Su elección ocurre en un momento de desgaste global del catolicismo, con una fuerte crisis de credibilidad por los abusos sexuales y una Iglesia que está perdiendo audiencia y poder. Y eso, en Roma, duele más que el pecado.
¿Qué puede cambiar con León XIV? Para empezar, el tono. No parece un papa de discursos duros, sino de consensos suaves. Pero cuidado: consenso no es inmovilidad. Se habla de posibles reformas en temas que siguen siendo tabú y tendrá tiempo para hacerlo pues el Colegio Cardenalicio eligió a un papa joven y fuerte (tiene 69 años).
En el tablero global, su papel será de equilibrista y al mismo tiempo, deberá recomponer el prestigio moral del Vaticano, hoy más cerca de parecer una ONG diplomática que una guía espiritual.
León XIV no es el papa del show, como Juan Pablo II. No es el teólogo de laboratorio, como Benedicto XVI. Ni el papa disruptivo, como Francisco. Es un reformador de estructuras; un operador político con alma pastoral.
Por lo pronto, el papa gringo ya dejó claro que no viene a administrar ruinas, sino a reconstruir la casa.