Al interior del PAN poblano, lo que se vive no es una simple disputa de corrientes sino un espectáculo de canibalismo político, donde los protagonistas no se cansan de devorarse entre sí mientras el partido se desangra frente a los ojos de una oposición que debería, por lógica, estar fortalecida ante el desastre morenista.
Mario Riestra encabeza una dirigencia que no termina de cuajar, que no logra legitimarse y que lejos de cicatrizar heridas con el yunquismo, sigue echando sal a la herida. En el otro rincón del ring, Eduardo Rivera, quien se aferra al control del panismo como quien no acepta que su tiempo al frente ya expiró, pero que desde las sombras y bajo el amparo del grupo yunquista, quiere seguir moviendo los hilos.
Y entonces el partido que debería ser el contrapeso real a Morena, es un campo de batalla donde lo que menos importa es el interés común o el futuro de la oposición. Porque sí, después de Morena, es el partido con más prerrogativas, pero con un padrón cada vez más dividido.
La capital poblana, ese bastión azul que alguna vez fue símbolo de poder, ahora es el tablero donde se juega el control del partido. La inminente renovación de la dirigencia municipal es el capítulo que sigue en esta tragicomedia. Por el lado del oficialismo panista, empujan a Manolo Herrera con un perfil tibio, sin el arrastre necesario, al que intentan apuntalar con Mónica Rodríguez Della Vecchia para tratar de convencer o de plano doblegar a los que aún se resisten a rendirse ante Riestra.
En la otra esquina, los conservadores del yunquismo apuestan por Lupita Leal, una de las voces más estridentes en la pasada legislatura, que podría convertirse en el auténtico contrapeso interno o en el nuevo dolor de cabeza de Mario Riestra si logra hacerse del control de la capital. Porque tras su candidatura está el propio Eduardo Rivera, dispuesto a convertir su posible triunfo en el freno que necesita para mantener su influencia.
Lo que se decida no solo marcará el destino del PAN poblano, sino que terminará por desnudar quién manda realmente. Lo que viene no es un proceso democrático ejemplar; es una guerra intestina que amenaza con dejar al albiazul aún más debilitado.
Así que póngase cómodo, pida palomitas y disfrute de la función. El espectáculo, créame, será de primera fila.