Una buena relación entre un gobernador (a) y el presidente (a) en turno no es un detalle menor. Puede ser la diferencia entre obras, apoyos, presupuesto… o la indiferencia.
Durante la época dorada del PRI todo era terso, como aquella época entre Carlos Salinas con Manuel Bartlett; o la de Ernesto Zedillo con Bartlett y luego con Melquiades Morales. Todo quedaba en casa.
Con Vicente Fox vino la disonancia al tratarse de un presidente panista con un gobernador priista (Morales) y después con Mario Marín, también del tricolor. Aguantaron las formas. Lo mismo con Felipe Calderón, primero con Marín, luego con Rafael Moreno Valle, que se desmarcó del PRI para vestirse de azul.
El regreso priista con Peña Nieto fue miel sobre hojuelas. La relación con Moreno Valle y con Tony Gali fue tan tersa que Puebla parecía estado consentido.
Pero llegó López Obrador y todo cambió. Fue la etapa más turbulenta, primero con el efímero mandato de Martha Érika Alonso, con quien ya había una abierta disputa y después con el priista Guillermo Pacheco, con quien al menos hubo entendimiento. Después vinieron los morenistas Miguel Barbosa y Sergio Céspedes. Ni con los suyos hubo química. Puebla quedó en la lista de pendientes.
Hoy, con Claudia Sheinbaum, el tablero se reacomoda. Alejandro Armenta, que nunca fue del círculo íntimo de López Obrador, ahora aparece como pieza importante del grupo de la Presidenta. Pasó de la desconfianza a la cercanía. No es casualidad que Puebla tenga visitas presidenciales recurrentes y aparezca en las estrategias de Palacio Nacional.
La apuesta es que a la presidenta Sheinbaum le sirve Puebla para legitimar su arranque de gobierno. Y al gobernador Armenta le sirve Sheinbaum para bajar recursos y proyectar liderazgo. Se necesitan mutuamente.
Generalmente en el primer año de gobierno, se planea y en el segundo espera que vayan aterrizando los proyectos contemplados.
Las pruebas de fuego ya tienen fecha, con el primer informe de Armenta en diciembre y, más adelante, las intermedias de 2027. Ahí se medirá si la relación va más allá de la foto sonriente y si los beneficios de este nuevo entendimiento realmente se traducen en hechos para los poblanos.
Porque en política, la cercanía con el presidente (o la presidenta) nunca es gratis.