Ahora resulta que el gobierno no solo quiere cuidarnos, sino también quiere saber todo de nosotros.
Ni mi esposa esta tan interesada en mi.
La llamada Ley del Sistema Nacional de Inteligencia, mejor conocida ahora como Ley Espía, acaba de abrirle la puerta al Gran Hermano versión 4T.
¿Y qué dice esta joyita? Que las autoridades podrán acceder, sin necesidad de orden judicial, a tus datos personales, ya sea bancarios, telefónicos, biométricos, fiscales, de salud, de tránsito… lo que comes, con quién hablas, a dónde vas, cuánto gastas, y tal vez hasta con quién sueñas. Todo con el noble fin de “generar inteligencia”. Qué conveniente.
Ya no es paranoia. Es política pública.
Esto no es una estrategia contra el crimen, sino una estrategia para saberlo todo de todos. Una arquitectura de vigilancia total que ya no se esconde ni pide permiso. Y lo más grave es que no, no necesitas haber cometido un delito sino basta con que el algoritmo decida que algo en ti es “anómalo” para que enciendan las alarmas del sistema.
Porque ahora el Estado no persigue crímenes, predice conductas. No espera pruebas, analiza probabilidades. Si tu celular, tu cuenta bancaria o tu CURP se comportan raro, entonces podrías entrar en la lista negra del nuevo sistema de inteligencia.
¿Y el control judicial? Brilla por su ausencia. ¿Y los órganos autónomos que vigilen abusos? Pues hay que recordar que el INAI ya fue reemplazado por una caricatura llamada Transparencia para el Pueblo.
Y dicen los del poder que ellos no son iguales y que aunque tengan esta capacidad de rastreo total, ellos no espían.
El resultado es un claro Estado con acceso ilimitado a la intimidad de los ciudadanos, sin contrapesos ni garantías. Un sistema listo para premiar lealtades y castigar disidencias.
La Ley Espía no busca seguridad, busca sumisión.
Y lo peor es el precedente, porque si esto lo hace un gobierno que dice “no espiamos”, imagínese lo que haría uno que sí lo admite.
El debate no es técnico, es ético. No se trata de si es posible, sino de si es tolerable. Porque cuando el poder lo sabe todo de ti, dejas de ser ciudadano y te vuelves objeto de vigilancia.