Cultura

Senectud

Tengo 56 años. Si viviera en tiempos de la antigua Grecia o Roma, sería un viejo. Hoy no me siento viejo por dos razones: primero, porque la medicina ha extendido nuestro promedio de vida y, quizá por eso, percibimos las etapas de la vida de otra manera.

Es difícil no leer el título de este artículo y no pensar en el texto de Marco Tulio Cicerón, De Senectute. Es lo primero que me viene a la mente. El tema, por su parte, al igual que el de la muerte, siempre estarán vigentes. Tanto se ha escrito al respecto. Es mi gusto recurrir a los autores clásicos para indagar sobre tales cuestiones. Estos sabios han reflexionado sobre este y otros temas de tal manera que nos guían de forma más o menos clara a través de arduas cuestiones que, se diga lo que se diga, no están del todo resueltas. Y aquí no importa cuándo se escribieron estas disertaciones; si bien la época y tiempos históricos marcan de alguna manera el tono y una parte del contenido, el mensaje sigue teniendo validez. Hay que revisar las deliberaciones de estos pensadores para continuar con la buena y provechosa costumbre de reflexionar sobre los temas que nos son comunes y que son parte de nuestra naturaleza.

Lo primero que me queda claro es que el concepto de vejez es distinto según como se le mire. Para las leyes de algunos países se ha llegado a un consenso donde se reconoce una edad para la jubilación. Para la ciencia, por su parte, la cosa no es tan fácil, porque no todos somos iguales y aquí juegan una serie de factores, como la genética, las costumbres (vicios, malos hábitos, negligencias) y, muy en particular, estados de ánimo. Esto último lo enfatizo porque conozco a mucha gente que “ha dado el viejazo” y eso por efectos de salud mental, por ambiente depresivo y oscuro o por una incapacidad de manejar las emociones y el estrés. Por el contrario, vemos con frecuencia personas que ni aparentan la edad que tienen, ni se comportan o piensan como se supone que deberían y sus cuerpos funcionan mejor que aquellos que ostentan 10 o 20 años menos. Es relativo, pues.

Sigamos con la pregunta básica de a qué edad se puede uno llamar viejo. Difícil, sin duda. Cicerón apunta lo siguiente:

“Para quienes no tienen en sí mismos recurso alguno para vivir bien y dichosamente, toda edad es pesada. En efecto, habiéndose desvanecido el tiempo pasado –por largo que sea– ningún consuelo podrá calmar a un viejo necio”.

De esta reflexión se desprende que la vejez depende, en buena parte, de la actitud. Y que el necio, a la edad que sea, no será capaz de disfrutar la vida.

Si bien es cierto que el cuerpo se va degradando y sus funciones metabólicas ya no son tan eficientes (además de las acuciantes dolencias del sistema músculo-esquelético) debemos tomar en cuenta las funciones cognitivas. Me inclino así a diferenciar la vejez por este argumento de degradación. Porque aunque se tenga la actitud, el cuerpo va a fallar, invariablemente.

Luego está otro tema, que tiene que ver con la necedad. Lucio Anneo Séneca lo pone muy claro:

“Como mortales que son, le temen a todo y ambicionan todo como si fueran inmortales. Les oirás decir: ‘Cuando llegue a los 50 me retiraré a descansar; a los 60 dejaré las ocupaciones’. ¿A quién tienen por garante de una vida más larga? ¿Quién te asegura que todo va a ocurrir como tú lo dispones?”.

No hay mucho que alegar aquí. Hablamos con una seguridad y certeza de que viviremos muchos años y que nuestros planes se harán realidad. Algunas veces ocurre, la mayoría de las veces, no.

Cicerón apunta sobre nuestra necedad innata de luchar constantemente contra la naturaleza. Y es que sencillamente no aceptamos nuestra volubilidad, nuestra mortandad y el hecho de estar en riesgo a cada minuto de morir por cualquier causa o motivo. Claramente, ni entendemos del todo la vejez, ni sabemos cómo vivirla.

La discusión debe seguir, pues no es tema fácil ni debe darse por resuelto. Tengo 56 años, no estoy viejo ni joven. Es una edad extraña para definir. Realmente no sé qué pensar.


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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
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