Cultura

Catequistas

Mi carpintero es un hombre tranquilo. No fuma ni bebe, evita discusiones estériles y no se deja llevar por las efervescencias del momento. De cara redonda, nariz chata, ojos angulados, pelo ondulado casi rizado, cejas medianamente pobladas, mentón cuadrangular y más o menos huidizo, de complexión mediana y bigotito de los años cuarenta. Habla despacio y pausado y a veces le cuesta trabajo hilar conceptos o encontrar las palabras adecuadas para comunicar algo. El carpintero fue alcohólico y golpeador –él mismo lo confesó– y, como muchos otros, terminó rescatado por Nuestro Señor Jesucristo. Bueno, más bien fue acogido por un grupo de personas que dicen representar a este personaje místico milenario.

El caso es que aquel día fui a su taller a recoger unos trabajos. El taller tiene un patio amplio con un letrero que dice “Área de devoción”; es un espacio donde se reúnen los fieles a alabar a Dios. En las paredes se encuentran rotulados conceptos como “Ayunar”, “Perdonar”, “Orar”, “Amar” y “Servir”. Se me ocurrió entonces que pudieran añadir a esa colección de consignas: “Hacer carne asada, poner música a todo volumen y beber cerveza”, pero no quise compartir tal idea. En una parte podía verse un podio con micrófono y dos grandes bocinas a los lados. Del techo cuelgan unos focos giratorios con luces de colores, como los de las discotecas y los antros.

Entonces pregunté qué era todo aquello y si había un pastor que oficiara el servicio. –No, aquí no hay pastores, somos catequistas–, respondió con voz firme. –Ah, no son cristianos–, exclamé. –No, somos católicos–, aclaró.

Resulta que aquel espacio fue acondicionado para llevar a cabo reuniones de devoción para personas que intentan salir de estos esquemas de abuso de sustancias y hábitos perniciosos.

No tengo problema con tal esfuerzo, al contrario. Pero sí cuestiono qué tantos de estos grupos religiosos llevan a cabo obras piadosas de manera legítima y cuántos lo hacen para quitarles su dinero a personas con problemas. También me gustaría saber si alguien de quienes llevan a cabo estas reuniones tiene experiencia real con adicciones y desbalances psicológicos o se confían solamente en las escrituras. Insisto en que no tengo objeción en que se les preste atención a individuos con conflictos varios, pero el tratamiento profesional, propiamente, estaría indicado aquí, a la par que la motivación religiosa. No pienso que la fe pueda resolverlo todo. Para eso podríamos incluir ese tontísimo placebo de la homeopatía.

El carpintero me dijo que al final de tales sesiones, los feligreses salen de ahí con pequeñas y bien trabajadas cruces de madera elaboradas, naturalmente, por él, mismas que vende por una módica suma. Cada cruz lleva el nombre del piadoso que la compró, además de una de las consignas pintadas en las paredes y la explicación que da el catequista es que, además de que Cristo era carpintero, “cada quien debe cargar la cruz que le toca”. Excelente argumento para vender tal objeto. Debo admitir que sí hay algo de razón detrás de tal mensaje, pues en efecto uno debe asumir responsabilidad de lo que hace y le ocurre en la vida. Claro que tampoco se trata de sufrir gratuitamente, hay que saber elegir nuestras cargas.

Pero volviendo a lo que ya dije, si tuviera yo algún problema como el de estas personas, me gustaría llegar a un sitio donde me atendiera un psicólogo o especialista en el tema, pero con una carnita asada y, si el alcohol no fuera un condicionante, con cerveza, whiskito y música regional. Como debe ser.

Por lo pronto, el buen carpintero vino el otro día a mi casa y arregló una mecedora desvencijada y la dejó buena. Le pagué y antes de irse me dijo que me tenía un “regalito”; buscó dentro de su mochila y sacó un objeto envuelto en papel estraza y me lo entregó. –Espero le guste–, dijo... y se fue. Al desenvolver el regalo no me sorprendió desvelar una pequeña cruz de madera con mi nombre. ¿Será esta la cruz que tengo que cargar?


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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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