A lo largo de la historia, los intentos de asesinato contra líderes políticos suelen estar motivados por ideologías extremas, conflictos de poder o tensiones sociales. Sin embargo, el atentado contra el presidente Ronald Reagan en 1981, uno de los más desconcertantes en la historia reciente de Estados Unidos, rompió con esa lógica.
El responsable del ataque no fue un enemigo político ni un activista radical, sino un joven de 25 años de edad que actuó movido por una obsesión con la actriz y directora estadunidense Jodie Foster.
Lo que parecía una escena sacada de una película —un presidente herido y agentes del Servicio Secreto reaccionando en segundos— terminó revelando una historia que puso énfasis en la salud mental, fama y una cultura que no siempre sabe cómo detectar ni tratar señales de alerta.

Seis balas, un presidente herido
El atentado contra Ronald Reagan ocurrió 70 días después de que asumió la presidencia de Estados Unidos. Los hechos sucedieron el 30 de marzo de 1981.
Aquel día, Reagan acudió al hotel Washington Hilton para pronunciar un discurso en un almuerzo ante representantes de la AFL-CIO. Los reportes refieren que, en dicha ocasión, el presidente no usaba un chaleco antibalas toda vez que únicamente haría una breve aparición y después se retiraría en su limusina.
Al salir del hotel, poco después de las 14:30 horas, Reagan caminó hacia su vehículo rodeado por agentes del Servicio Secreto, asesores y periodistas.

En ese momento, entre la multitud reunida detrás de una valla, John Hinckley Jr. sacó una pistola Röhm RG-14 calibre .22 y disparó seis veces.
En apenas unos segundos, hirió a tres personas: al agente del Servicio Secreto Timothy McCarthy, al oficial de policía Thomas Delahanty y al secretario de prensa de la Casa Blanca, James Brady, quien recibió un disparo en la cabeza, por encima del ojo izquierdo, que lo dejó con secuelas permanentes.
Aunque Reagan logró evadir los disparos al protegerse con la limusina presidencial, una de las balas rebotó en el costado blindado del vehículo e impactó en su axila, en el costado izquierdo del pecho, muy cerca del corazón.
Aunque inicialmente parecía ileso, el presidente comenzó a experimentar dificultad para respirar y comenzó a toser sangre, por lo que, sin dar aviso en la Casa Blanca, fue trasladado de inmediato al Hospital Universitario George Washington, donde ingresó por su propio pie, pero con un pulmón colapsado.

El agresor y su obsesión con Jodie Foster
La investigación del caso fue turnada al Buró Federal de Investigaciones (FBI), agencia que no tardó en arrojar los primeros resultados.
Se descubrió que, durante los años previos al atentado, John Hinckley desarrolló una profunda obsesión con la actriz Jodie Foster, a quien vio por primera vez en la película Taxi Driver (1976), en la que interpretaba a una joven prostituta.
Paradójicamente, el protagonista del filme —encarnado por Robert De Niro— también intenta asesinar a un candidato presidencial, una coincidencia inquietante que más tarde sería tomada en cuenta por psiquiatras y analistas del caso.

Hinckley —nacido el 29 de mayo de 1955 en Ardmore, Oklahoma— llegó a seguir a Foster hasta la Universidad de Yale, donde ella estudiaba, y le escribió cartas, poemas y mensajes telefónicos.
Su obsesión fue intensificándose con el tiempo, y cuando sus intentos por establecer contacto no obtuvieron respuesta, comenzó a imaginar que debía hacer algo “grande” para llamar su atención. Así fue como formuló la idea de asesinar al presidente de Estados Unidos, convencido de que eso impresionaría a la actriz y lo haría digno de su amor.
En su diario personal, Hinckley dejó constancia de sus pensamientos: creía que al matar a Reagan lograría no solo fama, sino una conexión emocional con Foster.

Los descubrimientos entorno al intento de asesinato de Ronald Reagan
Las autoridades descubrieron que Hinckley llegó a Washington D.C. en un autobús de Greyhound Lines el domingo 29 de marzo de 1981, un día antes del atentado.
Durante la investigación, el FBI halló evidencia alarmante en su habitación y pertenencias. Entre ellas, se encontraron cartas dirigidas a Foster, un diario en el que detallaba sus planes, pensamientos perturbadores y expresiones de devoción hacia la actriz.
También se descubrió que había intentado acercarse a otros presidentes anteriormente, incluyendo Jimmy Carter, a quien siguió en al menos una gira de campaña en 1980, aunque sin intentar un ataque.
Respecto al arma de fuego utilizada en el atentado, las autoridades identificaron que había sido adquirida legalmente en una armería de Texas el 13 de octubre de 1980. Esto a pesar de su historial de problemas mentales.
Otro hallazgo relevante fue que Hinckley no había ocultado del todo sus intenciones: familiares y conocidos ya habían notado comportamientos erráticos, su obsesión con Foster y comentarios preocupantes sobre su deseo de hacer “algo importante”.
¿Qué pasó con el agresor del presidente Ronald Reagan?
A pesar de que John Hinckley Jr. fue arrestado en el lugar del atentado, sin oponer resistencia, el 21 de junio de 1982 fue declarado inocente bajo el argumento de un padecimiento de demencia.
Fue internado en el Hospital St. Elizabeths, una institución psiquiátrica en Washington D.C., donde permaneció bajo supervisión durante más de tres décadas.
Con el paso del tiempo y tras evaluaciones periódicas, los médicos concluyeron que ya no representaba un peligro para la sociedad.
En 2016, un juez federal autorizó su liberación condicional bajo estrictas condiciones de monitoreo. Seis años después, en 2022, fue liberado por completo, sin restricciones legales, aunque continuó bajo atención médica voluntaria.
Su liberación reabrió el debate sobre la justicia, la salud mental y la rehabilitación de individuos que cometen crímenes motivados por trastornos psicológicos.
RMV.